Gral. Martín Rodríguez
El 1° de octubre de 1820, los porteños se vieron alarmados por un motín militar dirigido por el coronel Pagola y apoyado por Quintana, Agrelo, Sarrateea, Soler, y algunos partidarios federales. Querían derrocar al gobernador general Rodríguez “por pertenecer a la facción destruida del Congreso y del Directorio, enemiga de la libertad de los pueblos y de los patriotas”. Un gran desorden, tumultos, descargas de fusilería y batallones que atacan el Fuerte al grito de “¡Abajo la Facción!”.
El general Rodríguez sale precipitadamente del Fuerte con un grupo de ayudantes, y por la orilla del río se dirige al encuentro de Juan Manuel de Rosas que marchaba hacia la ciudad al frente de sus Colorados de Monte, unos mil hombres bien montados y equipados a su costa.
Juan Manuel, siempre estricto, disciplinado y defensor del orden legal, había dicho a sus soldados que lucharían para asegurar “la paz y restablecer el orden, olvidando perjuicios locales y políticos, Vamos a concluir con la guerra y buscar la amistad que respeta las obligaciones públicas” y proclamaba que “La división del sud sea el ejemplo: desconfiad de los que os sugieran especies de subversión del orden y de insubordinación”
En la ciudad convulsionada por el tumulto, los amotinados se sintieron triunfadores y convocaron a un cabildo abierto para el día 3 de octubre en el templo de San Ignacio, con el principal objeto de nombrar gobernador, cuyo candidato era Manuel Dorrego.
Según relata un testigo, a esa asamblea concurrieron, además de las facciones amotinadas, “algunos hombres de puñal, algunos federales de buena fe, extranjeros mirones y metidos, alguna gente decente en minoría y bastante chusma”
El loco Virgil
Rosas estaba acampado con Rodríguez en Barracas, y oponiéndose al desorden y a la insurrección, tramó un ardid para desbatar el cabildo abierto de San Ignacio; envió a la reunión a unos matarifes de avería, movilizados en los suburbios con algunos de sus peones, y puso al frente de esos “elementos”, al profesor italiano don Vicente Virgil, con el objetivo de desbaratar la asamblea.
Don Vicente era un loco charlatán, instrumento para la chacota de Rosas, famoso por sus discursos, y arengas disparatadas, como aquella proclama contra las palomas que “desde los techos escandalizan con sus hábitos desvergonzados a las tiernas niñas”
La asamblea
A poco de iniciada la asamblea, don Pedro José Agrelo pronunció una encendida arenga indicando a Dorrego como gobernador; el doctor Nicolás Anchorena, al replicarle violentamente, “sacó de sus bolsillos un par de pistolas, invocando con enérgicas voces el apoyo de todos los hombres del orden”.
Fue entonces cuando el loco Virgil, que odiaba a los frailes, ocupó el pulpito como tribuna y desató una encendida diatriba: “¡Pueblo soberano! –exclamó señalando un altar- ¡Oh, bárbara preocupación! ¿Cómo se atreve Santa Teresa y los santos de palo a tener velas encendidas delante de la soberanía del pueblo?”
La gente que lo acompañaba prorrumpió en risotadas y la bataola dispersó la reunión, tal como lo había previsto Rosas, que en esos momentos destacaba patrullas de sus colorados por las calles de la ciudad atrayendo la adhesión popular.
Fuentes:
- Vicente Fidel López, Historia argentina, t.VIII
- Carlos Ibarguren, Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo.p.63
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar