¿Dónde estamos?

Argentina está situada en el Cono Sur de Sudamérica, limita al norte con Bolivia, Paraguay y Brasil; al este con Brasil, Uruguay y el océano Atlántico; al sur con Chile y el océano Atlántico, y al oeste con Chile. El país ocupa la mayor parte de la porción meridional del continente sudamericano y tiene una forma aproximadamente triangular, con la base en el norte y el vértice en cabo Vírgenes, el punto suroriental más extremo del continente sudamericano. De norte a sur, Argentina tiene una longitud aproximada de 3.300 km, con una anchura máxima de unos 1.385 kilómetros.
Argentina engloba parte del territorio de Tierra del Fuego, que comprende la mitad oriental de la Isla Grande y una serie de islas adyacentes situadas al este, entre ellas la isla de los Estados. El país tiene una superficie de 2.780.400 km² contando las islas Malvinas, otras islas dispersas por el Atlántico sur y una parte de la Antártida. La costa argentina tiene 4.989 km de longitud. La capital y mayor ciudad es Buenos Aires

PAPA FRANCISCO

PAPA FRANCISCO

EL BATALLÓN DE AQUINO

Los veteranos federales

En vísperas de Caseros, ante la capitulación de Oribe en la Banda Oriental, un batallón federal pasa a las órdenes del coronel unitario Pedro León Aquino, amigo de Sarmiento. Son quinientos gauchos que han servido fielmente a Rosas durante más de quince años, en la lucha contra Lavalle, la revolución del sur y en el asedio de Montevideo. Son veteranos de las tropas de Oribe, pasados por la fuerza al ejército de Urquiza, al mando de oficiales unitarios. Solo quedarán los oficiales federales Aguilar y Guardia.

Habían dejado en sus pagos, mujeres e hijos sin pedir nada a cambio, y permanecieron más de quince años padeciendo privaciones y vitoreando a Rosas en cada batalla. Esos soldados no estaban conformes de combatir a las órdenes de oficiales unitarios que habían sido siempre sus enemigos, y deciden rebelarse.

La rebelión

Al pasar a Santa Fe, la tropa se subleva en la noche convenida, y dando muerte a Pedro Aquino y a todos los oficiales unitarios, marchan hacia Santos Lugares, donde son recibidos con vítores de admiración. Desde el Fuerte Federación (actual ciudad de Junin) dan aviso que vienen a incorporarse al ejército de Rosas. Son gauchos pobremente vestidos, rostros envejecidos y cuerpos con heridas de largas luchas federales, que regresan después de muchos años de sacrificios, a dar muestras de lealtad a Rosas, dispuestos a ponerse a las órdenes de “nuestro Gobernador”.

“Cuando esos gauchos veteranos llegaron al campamento de Santos Lugares –relata Antonino Reyes, que los recibió- el aspecto era imponente: sus ropas gastadas y hechas andrajos en la laboriosa campaña que habían hecho, llevando sus armas victoriosos en todas las batallas en que se habían hallado; unos habían envejecido, otros mutiládose por las heridas recibidas en los combates; venían después de once años de ausencia de la patria y del hogar a ver lo que encontraban de sus familias. Y sin embargo de todo eso, venían contentos de haber llenado su deber, a presentarse al Ilustre Restaurador de las Leyes, como ellos decían, a combatir a su lado contra sus enemigos. No había uno sólo que disintiese de esa voluntad, era uniforme, era el deseo de no parar hasta no llegar a la presencia de señor gobernador a quién querían ver.

Mucho trabajo me costó poder contenerlos allí con promesas que haría presente al señor gobernador su llegada y sus deseos, y que aguardarían su contestación.

Efectivamente esperaron con el caballo de la rienda. Así que regresó el chasqui que yo había despachado con aquel mensaje, lo rodearon y me pidieron que leyera el mensaje de Su Excelencia.

Abrí y leí en rueda de cabos, sargentos y oficiales lo que disponía el señor gobernador; que esperasen y que al día siguiente iría a verlos.

Al día siguiente, a la oración, llegó el gobernador. Yo presencié el momento en que entró a caballo en el centro de los cuadras donde estaban aquellos hombres alojados. En el acto se reunieron a su alrededor todos vitoreándolo, le besaban las manos, lo abrazaban y lo estrechaban con todo cariño. Allí estuvo con ellos mucho rato, y seguido de los más, fue a su alojamiento donde se sentó rodeado de muchos de ellos, hasta que pasado un tiempo lo dejaron ocuparse de sus asuntos del servicio”.

La confesión

Sarmiento opinará: “Estos soldados y oficiales carecieron diez años de abrigo, de techo y nunca murmuraron. Comieron sólo carne asada en escaso fuego y nunca murmuraron. Tenían por él, por Rosas, una afección profunda, una veneración que disimulaban apenas…¿Qué era Rosas, pues, para esos hombres? ¿O no son hombres esos seres? Reconocía así Sarmiento en esa gente las virtudes de las cuales él carecía.

El vencedor de Caseros se ensañará con “el batallón de Aquino”, fusilando y colgando de los árboles de Palermo a todos los sobrevivientes de batallón, incluidos oficiales y soldados, ofreciendo por varios días un espectáculo macabro que impresionó hasta visitantes de la ciudad y a los representantes extranjeros.

Testimonio

El general Cesar Díaz, jefe del ala izquierda del ejército de Urquiza, relata en sus memorias:
“Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino, y todos los individuos de este cuerpo que cayeron prisioneros fueron pasado por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos. Los cuerpos de la victimas quedaban insepultos, cuando no eran colgados en algunos de los árboles de la alameda que conduce a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al cuartel general se veían a cada paso obligadas a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes las halagüeñas esperanzas que el triunfo de las armas aliadas hacía nacer. Hablaba una mañana una persona que había venido a la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas. La persona que me hablaba, sospechando la verdad del caso me preguntó “¿Que fuego es ese?” “Debe ser ejercicio”, respondí yo sencillamente, que tal me había parecido; Pero una persona que sobrevino en ese instante y que oyó mis últimas palabras, “Que ejercicio, ni que broma – dijo – si es que están fusilando gente”
(Memorias inéditas del general Cesar Díaz. P.307. cit.por A.Saldias.t.III.p357)

Nótese que esta salvajada de Urquiza es relatada por un general de su propio ejercito, lo que libra al testimonio de toda sospecha de falsedad.

Fuentes:
- Rosa, José María – Historia Argentina.
- Saldías Adolfo. Historia de la Confederación Argentina.
- Ibarguren Carlos. Juan Manuel de Rosas. Su vida, su drama, su tiempo.p.284.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar