Por Martin Munoz
Yuichi Komano lloraba desconsolado en el círculo central. Acababa de fallar el penal que dejaba a Japón fuera del torneo. Lucky, como le llaman en su país, había enviado el balón fuera del marco. Paraguay no falló.
Los japoneses lloraban en la cancha y solamente uno de sus compañeros pasaba el brazo por el hombro de un Komano hundido.
Creo que el primero fue Edgard Barreto. Se acercó al japonés y en una de esas raras instancias en la vida en la que no hacen falta palabras, el paraguayo, con un gesto intentó consolar al hombre que les había abierto sin querer las puertas de cuartos de final. No fue el único, luego llegó Nelson Haedo Valdez y el fútbol nos mostró su mejor cara. La que vemos tan pocas veces.
Enviado por Mónica Alejandra.