Martín Fierro y La Plata
De “Historias Insólitas de la Historia Argentina ” de Daniel Balmaceda, pag. 96.
De “Historias Insólitas de la Historia Argentina ” de Daniel Balmaceda, pag. 96.
Enviado por el Dr Horacio Urbañski
Isabelita Pueyrredón (20 años), sobrina del ex Director Supremo Juan Martín, provenía de una familia unitaria, pero se enamoró de Rafael Hernández Plata (19 años), hijo de una familia federal. Por supuesto, el amor superó las barreras de las ideologías y del año que ella le llevaba a él. Se casaron. En noviembre de 1834 fueron los padres de José Rafael Hernández Plata, un chico que fue criado por su tía Victoria Pueyrredón, a quien llamaba “Mamá Totó”. Isabelita nunca pudo ocuparse de la crianza de él y sus dos hermanos por estar enferma.
A los cinco años José Hernández pasó a vivir con su abuelo paterno, dueño de una quinta en Barrancas, donde se habían llevado a cabo las últimas corridas de toros en la ciudad. El pequeño concurrió a una escuela poco más de dos años. A pesar de que esta fue toda su educación formal, se destacó en el aula y fue reconocido por sus profesores como un alumno de gran capacidad. La muerte de su madre lo alejó de la escuela cuando tenía ocho años.
Su padre, el viudo Rafael, se hizo cargo del niño y lo llevó a Sierra de los Padres a trabajar a una estancia. (Por más que no tenga relación con la historia, viene bien aclarar que el nombre de Sierras de los Padres no se le dio por los padres que, como Rafael, llevaban allí a sus hijos, sino porque en esa sierra se habían instalado los padres jesuitas; y, aunque fueron corridos por los indios pampas, la sierra mantuvo el recuerdo de su estadía.)
En Sierra de los Padres, el joven Hernández conoció las actividades camperas y descubrió al gaucho, hombre rudo con costumbres particulares que llevaba adelante su vida de una manera tan diferente de la de la gente de la ciudad. El poeta aprendió a domar en aquellos pagos.
Don Rafael Hernández Plata murió en 1857, cuando lo partió un rayo mientras cabalgaba en una noche de tormenta. Para aquel tiempo José ya se había interesado en los temas políticos: los vaivenes del país lo convirtieron, primero, en un fogoso dirigente y, cuando la situación se desbordaba, en un bravo soldado. Participó en varios combates. Fue urquicista y luego jordanista, cuando se sumó al bando de López Jordán, enemigo de Urquiza. José Hernández era corpulento, medía un metro noventa. Tenía un vozarrón llamativo: le decían que su voz sonaba como el órgano de la Catedral. Y por esa voz grave lo apodaban “Matraca” y “Bombarda”.
De todas maneras, él tenía sus propios seudónimos. Firmó trabajos periodísticos con los alias “Juan Barriales”, “El Payador José Pepe”, “Un Patagón” y “Polilla”.
Concurría a sesiones de espiritismo, muy de moda entre los porteños de la segunda mitad del siglo XIX. Además era un gran bromista y de memoria asombrosa: en las reuniones acostumbraban leerle listas de números apuntados por los invitados, y él los repetía luego, en el mismo orden o al revés. También el propio Hernández leía la página de un libro seleccionada al azar, luego cerraba el libro y repetía el texto para regocijo de todos.
Otras de sus costumbres lúdicas era disfrazarse para los carnavales: fue muy comentado un traje de tigre que asustaba porque parecía un auténtico felino. Enamorado, Hernández se casó en 1863 con Carolina González del Solar, en Paraná. Fueron padres de seis mujeres y un varón.
Junto a la actividad política, también ejerció el periodismo. Perteneció al Partido Autonomista de Adolfo Alsina. Obtuvo una banca de diputado, y más adelante, de senador. Su rival de toda la vida fue Sarmiento, con quien Hernández sostuvo intensos debates. Entre ellos, por la defensa del gaucho, a quien consideraba sometido al poder de los terratenientes y postergado de cualquier beneficio que recibiera el resto de la población. Durante aquellos combates políticos sufrió el destierro en Brasil.
Regresó en forma clandestina a Buenos Aires para visitar a su amada Carolina. Se alojó en el hotel Argentino, frente a la Plaza de Mayo –donde ahora tenemos el Banco Nación- y allí, en una habitación con muebles de jacarandá y vista a la plaza, escribió gran parte del célebre “El Gaucho Martín Fierro”, publicado en el verano de 1873.
Su primera edición fue en papel de baja calidad y parecía más un cuadernillo que un libro. El éxito fue notable, a pesar de que sus lectores pertenecían a la clase humilde y el poema no era considerado aceptable en los círculos literarios. Pero la popularidad parece andar por otros carriles: sólo en 1873 vendió 64.000 ejemplares. El relato finalizaba cuando el gaucho, junto a su compañero de andanzas, el sargento Cruz, se internaba en la pampa, huyendo de la justicia, para unirse a los indios. Muchos entusiastas lectores le preguntaban a José Hernández si Martín Fierro volvería de aquel viaje. Y por ese motivo, la segunda parte se llamó “ La Vuelta de Martín Fierro”, publicada en 1879. Una vez más, fue best seller indiscutido.
En 1883, Hernández descubrió una edición clandestina de su libro. Acudió a la Justicia para hacer la denuncia y se encargó él mismo de continuar la investigación. Una vez que ató los cabos, le solicitó al juez que allanara una casa en la calle Cuyo –que hoy se llama Sarmiento, como su gran adversario-, donde encontraron dos mil ejemplares listos para ser vendidos y una cantidad aún mayor que faltaba compaginar. Hizo bien en cuidar sus derechos literarios. Con el dinero que obtuvo con la venta de sus libros se compró una quinta en el actual barrio de Belgrano, cuya entrada estaba sobre la calle Echeverría y llegaba desde el bajo hasta la avenida Cabildo.
Después que su amada Carolina murió, Hernández hacía colocar en la mesa a su derecha, los platos, copas y cubiertos que correspondían a su esposa. El de ella nunca fue ocupado por nadie. En las oraciones previas a la comida, José y sus hijos recordaban siempre a Carolina.
Hay otro aspecto curioso de la vida del escritor. Cuando lanzó la segunda parte de su poema gauchesco, era dueño de una tienda de libros que bautizó “Librería del Plata”. Claro que tenía mucho sentido que la llamara así porque éste era su segundo apellido: se llamaba José Rafael Hernández Plata. Más interesante aún: cuando se creó la nueva capital para la provincia de Buenos Aires, en 1882, Hernández era senador y fue quien propuso que la ciudad se llamara La Plata.
El domingo 19 de noviembre de 1882, cuando se colocó la piedra fundamental para la construcción de la nueva ciudad, donde se instalaría su amigo Dardo Rocha para gobernar Buenos Aires, se invitó a gran cantidad de porteños, quienes presentando la participación de cartulina en Constitución, accedían al pasaje para viajar en tren, de ida y de vuelta. El encargado de agasajar a los invitados con un sabroso asado –se carnearon cien novillos- fue el mismísimo Hernández. O, mejor dicho, el senador Martín Fierro, como lo llamaban sus colegas.
Pero, cuidado: no habrá que recordar a José Hernández en su faceta de asador. Porque, según cuentan las crónicas, la parrillada que preparó en aquella jornada histórica estuvo tan lejos de satisfacer a los comensales que parecía hecha por la oposición.
Un periodista escribió que todo salió tan mal, que “una comisión compuesta de los más encarnizados enemigos del gobierno del Doctor Dardo Rocha, no habría podido hacer las cosas mejor para poner a este último en el mas espantoso ridículo y hacerlo colmar de maldiciones”. El cronista aseguraba que la carne estaba en mal estado y que el vaso de agua era un bien preciado.
José “Maraca” Hernández: aplaudido en las tertulias por memorioso, aplaudido en la Legislatura por sus discursos, aplaudido por su obra cumbre. Pero en La Plata , en noviembre de 1882, no recibió el aplauso para el asador.
Isabelita Pueyrredón (20 años), sobrina del ex Director Supremo Juan Martín, provenía de una familia unitaria, pero se enamoró de Rafael Hernández Plata (19 años), hijo de una familia federal. Por supuesto, el amor superó las barreras de las ideologías y del año que ella le llevaba a él. Se casaron. En noviembre de 1834 fueron los padres de José Rafael Hernández Plata, un chico que fue criado por su tía Victoria Pueyrredón, a quien llamaba “Mamá Totó”. Isabelita nunca pudo ocuparse de la crianza de él y sus dos hermanos por estar enferma.
A los cinco años José Hernández pasó a vivir con su abuelo paterno, dueño de una quinta en Barrancas, donde se habían llevado a cabo las últimas corridas de toros en la ciudad. El pequeño concurrió a una escuela poco más de dos años. A pesar de que esta fue toda su educación formal, se destacó en el aula y fue reconocido por sus profesores como un alumno de gran capacidad. La muerte de su madre lo alejó de la escuela cuando tenía ocho años.
Su padre, el viudo Rafael, se hizo cargo del niño y lo llevó a Sierra de los Padres a trabajar a una estancia. (Por más que no tenga relación con la historia, viene bien aclarar que el nombre de Sierras de los Padres no se le dio por los padres que, como Rafael, llevaban allí a sus hijos, sino porque en esa sierra se habían instalado los padres jesuitas; y, aunque fueron corridos por los indios pampas, la sierra mantuvo el recuerdo de su estadía.)
En Sierra de los Padres, el joven Hernández conoció las actividades camperas y descubrió al gaucho, hombre rudo con costumbres particulares que llevaba adelante su vida de una manera tan diferente de la de la gente de la ciudad. El poeta aprendió a domar en aquellos pagos.
Don Rafael Hernández Plata murió en 1857, cuando lo partió un rayo mientras cabalgaba en una noche de tormenta. Para aquel tiempo José ya se había interesado en los temas políticos: los vaivenes del país lo convirtieron, primero, en un fogoso dirigente y, cuando la situación se desbordaba, en un bravo soldado. Participó en varios combates. Fue urquicista y luego jordanista, cuando se sumó al bando de López Jordán, enemigo de Urquiza. José Hernández era corpulento, medía un metro noventa. Tenía un vozarrón llamativo: le decían que su voz sonaba como el órgano de la Catedral. Y por esa voz grave lo apodaban “Matraca” y “Bombarda”.
De todas maneras, él tenía sus propios seudónimos. Firmó trabajos periodísticos con los alias “Juan Barriales”, “El Payador José Pepe”, “Un Patagón” y “Polilla”.
Concurría a sesiones de espiritismo, muy de moda entre los porteños de la segunda mitad del siglo XIX. Además era un gran bromista y de memoria asombrosa: en las reuniones acostumbraban leerle listas de números apuntados por los invitados, y él los repetía luego, en el mismo orden o al revés. También el propio Hernández leía la página de un libro seleccionada al azar, luego cerraba el libro y repetía el texto para regocijo de todos.
Otras de sus costumbres lúdicas era disfrazarse para los carnavales: fue muy comentado un traje de tigre que asustaba porque parecía un auténtico felino. Enamorado, Hernández se casó en 1863 con Carolina González del Solar, en Paraná. Fueron padres de seis mujeres y un varón.
Junto a la actividad política, también ejerció el periodismo. Perteneció al Partido Autonomista de Adolfo Alsina. Obtuvo una banca de diputado, y más adelante, de senador. Su rival de toda la vida fue Sarmiento, con quien Hernández sostuvo intensos debates. Entre ellos, por la defensa del gaucho, a quien consideraba sometido al poder de los terratenientes y postergado de cualquier beneficio que recibiera el resto de la población. Durante aquellos combates políticos sufrió el destierro en Brasil.
Regresó en forma clandestina a Buenos Aires para visitar a su amada Carolina. Se alojó en el hotel Argentino, frente a la Plaza de Mayo –donde ahora tenemos el Banco Nación- y allí, en una habitación con muebles de jacarandá y vista a la plaza, escribió gran parte del célebre “El Gaucho Martín Fierro”, publicado en el verano de 1873.
Su primera edición fue en papel de baja calidad y parecía más un cuadernillo que un libro. El éxito fue notable, a pesar de que sus lectores pertenecían a la clase humilde y el poema no era considerado aceptable en los círculos literarios. Pero la popularidad parece andar por otros carriles: sólo en 1873 vendió 64.000 ejemplares. El relato finalizaba cuando el gaucho, junto a su compañero de andanzas, el sargento Cruz, se internaba en la pampa, huyendo de la justicia, para unirse a los indios. Muchos entusiastas lectores le preguntaban a José Hernández si Martín Fierro volvería de aquel viaje. Y por ese motivo, la segunda parte se llamó “ La Vuelta de Martín Fierro”, publicada en 1879. Una vez más, fue best seller indiscutido.
En 1883, Hernández descubrió una edición clandestina de su libro. Acudió a la Justicia para hacer la denuncia y se encargó él mismo de continuar la investigación. Una vez que ató los cabos, le solicitó al juez que allanara una casa en la calle Cuyo –que hoy se llama Sarmiento, como su gran adversario-, donde encontraron dos mil ejemplares listos para ser vendidos y una cantidad aún mayor que faltaba compaginar. Hizo bien en cuidar sus derechos literarios. Con el dinero que obtuvo con la venta de sus libros se compró una quinta en el actual barrio de Belgrano, cuya entrada estaba sobre la calle Echeverría y llegaba desde el bajo hasta la avenida Cabildo.
Después que su amada Carolina murió, Hernández hacía colocar en la mesa a su derecha, los platos, copas y cubiertos que correspondían a su esposa. El de ella nunca fue ocupado por nadie. En las oraciones previas a la comida, José y sus hijos recordaban siempre a Carolina.
Hay otro aspecto curioso de la vida del escritor. Cuando lanzó la segunda parte de su poema gauchesco, era dueño de una tienda de libros que bautizó “Librería del Plata”. Claro que tenía mucho sentido que la llamara así porque éste era su segundo apellido: se llamaba José Rafael Hernández Plata. Más interesante aún: cuando se creó la nueva capital para la provincia de Buenos Aires, en 1882, Hernández era senador y fue quien propuso que la ciudad se llamara La Plata.
El domingo 19 de noviembre de 1882, cuando se colocó la piedra fundamental para la construcción de la nueva ciudad, donde se instalaría su amigo Dardo Rocha para gobernar Buenos Aires, se invitó a gran cantidad de porteños, quienes presentando la participación de cartulina en Constitución, accedían al pasaje para viajar en tren, de ida y de vuelta. El encargado de agasajar a los invitados con un sabroso asado –se carnearon cien novillos- fue el mismísimo Hernández. O, mejor dicho, el senador Martín Fierro, como lo llamaban sus colegas.
Pero, cuidado: no habrá que recordar a José Hernández en su faceta de asador. Porque, según cuentan las crónicas, la parrillada que preparó en aquella jornada histórica estuvo tan lejos de satisfacer a los comensales que parecía hecha por la oposición.
Un periodista escribió que todo salió tan mal, que “una comisión compuesta de los más encarnizados enemigos del gobierno del Doctor Dardo Rocha, no habría podido hacer las cosas mejor para poner a este último en el mas espantoso ridículo y hacerlo colmar de maldiciones”. El cronista aseguraba que la carne estaba en mal estado y que el vaso de agua era un bien preciado.
José “Maraca” Hernández: aplaudido en las tertulias por memorioso, aplaudido en la Legislatura por sus discursos, aplaudido por su obra cumbre. Pero en La Plata , en noviembre de 1882, no recibió el aplauso para el asador.