¿Dónde estamos?

Argentina está situada en el Cono Sur de Sudamérica, limita al norte con Bolivia, Paraguay y Brasil; al este con Brasil, Uruguay y el océano Atlántico; al sur con Chile y el océano Atlántico, y al oeste con Chile. El país ocupa la mayor parte de la porción meridional del continente sudamericano y tiene una forma aproximadamente triangular, con la base en el norte y el vértice en cabo Vírgenes, el punto suroriental más extremo del continente sudamericano. De norte a sur, Argentina tiene una longitud aproximada de 3.300 km, con una anchura máxima de unos 1.385 kilómetros.
Argentina engloba parte del territorio de Tierra del Fuego, que comprende la mitad oriental de la Isla Grande y una serie de islas adyacentes situadas al este, entre ellas la isla de los Estados. El país tiene una superficie de 2.780.400 km² contando las islas Malvinas, otras islas dispersas por el Atlántico sur y una parte de la Antártida. La costa argentina tiene 4.989 km de longitud. La capital y mayor ciudad es Buenos Aires

PAPA FRANCISCO

PAPA FRANCISCO

CARTA DE LA HACIENDA DE FIGUEROA

El pedido de mediación de Quiroga

Por la controversia suscitada en las provincias del norte entre Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán, y Pablo Latorre gobernador de Salta, el gobierno de la provincia de Buenos Aires, a cargo de Maza, decide enviar un mediador que zanjar las diferencia entre dichos gobernadores.
La designación recae sobre Facundo Quiroga, de gran ascendencia en las provincias del interior, y este, antes emprender la misión, le pide opinión a Rosas:

"Buenos Aires, diciembre 14 de 1834
Señor Juan Manuel de Rosas.
Amigo de mi distinguido aprecio: son las nueve de l noche, hora en que se me ha solicitado de parte del Señor Gobernador para que marche a buscar la paz y orden que se ha alterado por desgracia en los pueblos de Tucumán y Salta. Yo estoy dispuesto a marchar en el momento que se quiera, previa su aprobación, y es por esto espero me dé francamente su opinión.
Soy de usted atento servidor y amigo.
Juan Facundo Quiroga."

Las relaciones de Rosas y Quiroga

Esta breve carta da cuenta de la importancia que Quiroga daba a las opiniones de Rosas, y muestra la buena predisposición y amistad entre ambos caudillos, hecho que algunos detractores trataron de disimular y distorsionar.
Rosas acompaña en su viaje a Quiroga hasta San Antonio de Areco, donde conferencias extensamente durante el día 17 de diciembre. Debido a la premura de las circunstancias, al día siguiente Facundo Quiroga emprende de se viaje al norte, y Rosas queda en la Hacienda de Figueroa, donde redacta una extensa carta que alcanzaría en viaje al mediador, donde le satisface a Quiroga dándole “francamente su opinión”.
En principio Rosas le da su opinión sobre el conflicto y la forma conveniente de llevar a cabo su misión; en una segunda parte, se explaya sobre una serie de argumentos y razones sobre conveniencia de no dictar prematuramente una Constitución, y de postergar el dictado hasta la pacificación y organización de las provincias.
Los detractores de Rosas usan esta carta como argumento para “demostrar” que Rosas intentaba “convencer” a Quiroga de su posición, sobre la que “supuestamente” estaban en desacuerdo. Aún en el caso que Rosas tratara de "convencer", no veo que tenga de malo hacerlo con palabras y argumentos fundados, en lugar de hacerlo como los unitarios, "a palos y cueste lo que cueste", según le aconsejara el minitro Julián Segundo de Agüero a Ridadavia.
Pero esa deducción unitaria es antojadiza y tendenciosa, y no se apoya en ningún documento de la época. Por el contrario, de toda la correspondencia entre Rosas y Quiroga surge la armonía entre ambos caudillos, y hablando de la necesidad de postergación del dictado Constitucional, en la carta que le escribe en estas circunstancias, le estampa la frase textual: “acuerdo en que hemos estado siempre”, lo que no da lugar a dudas.
Rosas no “trataba” de convencer a Quiroga, sino que más bien le hacia una “ayuda memoria” de guía para la misión que cumplía, dándole “francamente su opinión”.

Texto completo de la "Carta de Hacienda de Figueroa"

Por su argumentos, su trascendencia y por las circunstancias previas e inmediatas en que fue redactada (Barranca Yaco), la llamada de la “Carta de la Hacienda de Figueroa”, pasa a ser un documento invalorable.
He aquí su texto completo:

Hacienda de Figueroa en San Antonio, de Diciembre 20 de 1834.
Mi querido compañero, señor don Juan Facundo Quiroga.
Consecuente a nuestro acuerdo, doy principio por manifestarle haber llegado a creer que las disensiones de Tucumán y Salta, y los disgustos entre ambos gobiernos, pueden haber sido causados por el ex Gobernador D. Pablo Alemán y sus manipulantes. Este fugó al Tucumán, y creo que fue bien recibido, y tratado con amistad por el señor Heredia. Desde allí maniobró una revolución contra Latorre, pero habiendo regresado a la frontera del Rosario para llevarla a efecto, saliéndole mal la combinación fue aprehendido:, y conducido a Salta. De allí salió bajo fianza de no volver a la provincia, y en su tránsito por el Tucumán para ésta, entiendo estuvo en buena comunicación con el señor Heredia. Todo esto no es extraño que disgustase a Latorre, ni que alentase el partido Sr. Alemán, y en tal posición los Unitarios que no duermen, y están corno el lobo acechando los momentos de descuido, o distracción infiriendo, al famoso estudiante López que estuvo en el Pontón, han querido sin duda aprovecharse de los elementos que les proporcionaba este suceso para restablecer su imperio. Pero de cualquier modo que esto haya sucedido me parece injusta la indemnización de daños y perjuicio que solicita el señor Heredia. El mismo confiesa en sus notas oficiales a este gobierno y al de Salta, que sus quejas se fundan en indicios, y conjeturas, y no en hechos ciertos e intergiversables, que alejen todo motivo de duda sobre la conducta hostil que le atribuye a Latorre. Siendo esto así, él no tiene por derecho de gentes más acción que a pedir explicaciones, y también garantías, pero de ninguna manera indemnizaciones.
Los negocios de Estado a Estado no se pueden decidir por las leyes que rigen en un país para los asuntos entre particular cuyas leyes han sido dictadas por circunstancias, y razones que sólo tienen lugar en aquel Estado en donde deben ser observadas. A que se agrega que no es tan cierto, que por sólo indicios, y conjeturas se condene a una persona a pagar indemnizaciones en favor de otra. Sobre todo debe tenerse presente que, aun cuando esta pretensión no sea repulsada por la justicia, lo es por la política. En primer lugar sería un germen de odio inextinguible entre ambas provincias que más tarde o más temprano de un modo o de otro, podría traer grandes males a la República. En segundo porque tal ejemplar abriría la puerta a la intriga y mala fe para que pudiese fácilmente suscitar discordias entre los pueblos, que sirviesen de pretexto para obligar a los unos a que sacrificasen su fortuna en obsequio de los otros. A mi juicio no debe perderse de vista el cuidado con que el Sr. Heredia se desentiende de los cargos que le hace Latorre por la conducta que observó con Alemán cuando éste, según se queja el mismo Latorre, desde el Tucumán le hizo una revolución sacando los recursos de dicha provincia a ciencia y paciencia de Heredia sobre lo que inculca en su proclama publicada en la Gaceta del jueves que habrá Vd. leído.
La justicia tiene ciertamente dos orejas, y es necesario para buscarla que Vd. desentrañe las cosas desde su primer origen. Y si llegase a probar de una manera evidente con hechos intergiversables, que alguno de los dos contendientes ha traicionado abiertamente la causa nacional de la Federación, yo en el caso de Vd. propendería a que dejase el puesto.
Considerando excusado extenderme sobre algunos otros puntos, porque según el relato que me hizo el Sr. Gobernador ellos están bien explicados en las instrucciones, pasaré al de la Constitución.
Me parece que al buscar Vd. la paz, y orden desgraciadamente alterados, el argumento más fuerte, y la razón más poderosa que debe Vd. manifestar a esos señores gobernadores, y demás personas influyentes, en las oportunidades que se le presenten aparentes, es el paso retrógrado que ha dado la Nación, alejando tristemente el suspirado día de la grande obra de la Constitución Nacional. ¿Ni qué otra cosa importa, el estado en que hoy se encuentra toda la República? Usted y yo deferimos a que los pueblos se ocupasen de sus constituciones particulares, para, que después de promulgadas entrásemos a trabajar los cimientos de la gran Carta Nacional. En este sentido ejercitamos nuestro patriotismo e influencias, no porque nos asistiere un positivo convencimiento de haber llegado la verdadera ocasión, sino porque estando en paz la República, habiéndose generalizado la necesidad de la Constitución, creímos que debíamos proceder como lo hicimos, para evitar mayores males. Los resultados lo dicen elocuentemente los hechos, los escándalos que se han sucedido, y el estado verdaderamente peligroso en que hoy se encuentra la República, cuyo cuadro lúgubre nos aleja toda esperanza de remedio.
Y después de todo esto, de lo que enseña y aconseja la experiencia tocándose hasta con la luz de la evidencia, ¿habrá quién crea que el remedio es precipitar la Constitución del Estado? Permítame Vd. hacer algunas observaciones a este respecto, pues aunque hemos estado siempre acordes en tan elevado asunto quiero depositar en su poder con sobrada anticipación, por lo que pueda servir, una pequeña parte de lo mucho que me ocurre y que hay que decir.
Nadie, pues, más que Vd. y yo podrá estar persuadido de la necesidad de la organización de un Gobierno general, y de que es el único medio de darle ser y responsabilidad a nuestra República.
¿Pero quién duda que éste debe ser el resultado feliz de todos los medios proporcionados a su ejecución? ¿Quién aspira a un término marchando en contraria dirección? ¿Quién para formar un todo ordenado, y compacto, no arregla, y solicita, primeramente bajo una forma regular, y permanente, las partes que deben componerlo? ¿Quién forma un Ejército ordenado con grupos de hombres, sin jefes sin oficiales, sin disciplina, sin subordinación, y que no cesan/ un momento de acecharse, y combatirse contra sí, envolviendo a los demás, en sus desórdenes? ¿Quién forma un ser viviente, y robusto con miembros' muertos, o dilacerados, y enfermos de la más corruptora gangrena, siendo así que la vida y robustez de este nuevo ser en complejo no puede ser sino la que reciba de los propios miembros de que se haya de componer? Obsérvese que una muy cara y dolorosa experiencia nos ha hecho ver prácticamente que es absolutamente necesario entre nosotros el sistema federal porque, entre otras razones de sólido poder, carecemos totalmente de elementos para un gobierno de unidad. Obsérvese que el haber predominado en el país una facción que se hacía sorda al grito de esta necesidad ha destruido y aniquilado los medios y recursos que teníamos para proveer a ella, porque ha irritado los ánimos, descarriado las opiniones, puesto en choque los intereses particulares, propagado la inmoralidad y la intriga, y fraccionado en bandas de tal modo la sociedad, que no ha dejado casi reliquias de ningún vínculo, extendiéndose su furor a romper hasta el más sagrado de todos y el único que podría servir para restablecer los demás, cual es el de la religión; y que en este lastimoso estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño; y por fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo. Obsérvese que una República Federativa es lo más quimérico y desastroso que pueda imaginarse, toda vez que no se componga de Estados bien organizados en sí mismos, porque conservando cada uno su soberanía e independencia, la fuerza del poder general con respecto al interior de la República, es casi ninguna, y su principal y casi todo, su investidura, es de pura representación para llevar la voz a nombre de todos los Estados confederados en sus relaciones con las naciones extranjeras; de consiguiente si dentro de cada Estado en particular, no hay elementos de poder para mantener el orden respectivo, la creación de un Gobierno general representativo no sirve más que para poner en agitación a toda la República a cada, desorden parcial que suceda, y hacer que el incendio de cualquier Estado se derrame por todos los demás. Así es que la República de Norte América no ha admitido en la confederación los nuevos pueblos y provincias que se han formado después de su independencia, sino cuando se han puesto en estado de regirse por sí solos, y entre tanto los ha mantenido sin representación en clase de Estados; considerándolos como adyacencias de la República.
Después de esto, en el estado de agitación en que están los pueblos, contaminados todos de unitarios, de logistas, de aspirantes, de agentes secretos de otras naciones, y de las grandes logias que tienen en conmoción a toda Europa, ¿qué esperanza puede haber de tranquilidad y calma al celebrar los pactos de la Federación, primer paso que debe dar el Congreso Federativo? En el estado de pobreza en que las agitaciones políticas han puesto a todos los pueblos, ¿quiénes, ni con qué fondos podrán costear la reunión y permanencia de ese Congreso, ni menos de la administración general? ¿Con qué fondos van a contar para el pago de la deuda exterior nacional invertida en atenciones de toda la República, y cuyo cobro será lo primero que tendrá encima luego que se erija dicha administración? Fuera de que si en la actualidad apenas se encuentran hombres para el gobierno particular de cada provincia, ¿de dónde se sacarán los que hayan de dirigir toda la República? ¿Habremos de entregar la administración general a ignorantes, aspirantes, unitarios, y a toda clase de bichos? ¿No vimos que la constelación de sabios no encontró más hombre para el Gobierno general que a don Bernardino Rivadavia, y que éste no pudo organizar su Ministerio sino quitándole el cura a la Catedral (1) , y haciendo venir de San Juan al Dr. Lingotes (2) para el Ministerio de Hacienda, que entendía de este ramo lo mismo que un ciego de nacimiento entiende de astronomía ? Finalmente, a vista del lastimoso cuadro que presenta la República, ¿cuál de los héroes de la Federación se atreverá a encargarse del Gobierno general? ¿Cuál de ellos podrá hacerse de un cuerpo de representantes y de ministros, federales todos, de quienes se prometa las luces, y cooperación necesaria para presentarse con la debida dignidad, salir airoso del puesto, y no perder en él todo su crédito, y reputación? Hay tanto que decir sobre este punto que para sólo lo principal y más importante sería necesario un tomo que apenas se podría, escribir en un mes.
El Congreso general debe ser convencional, y no deliberante, debe ser para estipular las bases de la Unión Federal, y no para resolverlas por votación. Debe ser compuesto de diputados pagados y expensados por sus respectivos pueblos y sin esperanza de que uno supla el dinero a otros, porque esto que Buenos Aires pudo hacer en algún tiempo, le es en el día absolutamente imposible.
Antes de hacerse la reunión debe acordarse entre los gobiernos, por unánime avenimiento, el lugar donde ha de ser, y la formación del fondo común, que haya de sufragar a los gastos oficiales del Congreso, corno son los de casa, muebles, alumbrado, secretarios, escribientes, asistentes, porteros, ordenanzas, y demás de oficina; gastos que son cuantiosos y mucho más de lo que se creen generalmente. En orden a las circunstancias del lugar de la reunión debe tenerse cuidado que ofrezca garantías de seguridad y respeto a los diputados, cualquiera que sea su modo de pensar y discurrir; que sea uno, hospitalario, y cómodo, porque los diputados necesitan largo tiempo para expedirse. Todo esto es tan necesario cuanto que de lo contrario muchos sujetos de los que sería preciso que fuesen al Congreso se excusarán o renunciarán después de haber ido, y quedará reducido a un conjunto de imbéciles, sin talento, sin saber, sin juicio, y sin práctica en los negocios de Estado. Si se me preguntase dónde está hoy ese lugar diré que no sé, y si alguno contestase que en Buenos Aires, yo diría que tal elección sería el anuncio cierto del desenlace más desgraciado y funesto a esta ciudad, y a toda la República. El tiempo, el tiempo solo, a la sombra de la paz, y de la tranquilidad de los pueblos, es el que puede proporcionarlo y señalarlo. Los Diputados deben ser federales a prueba, hombres de respeto, moderados, circunspectos, y de mucha prudencia y saber en los ramos de la Administración pública, que conozcan bien á fondo el estado y circunstancias de nuestro país, considerándolo en su posición interior bajo todos aspectos, y en la relativa a los demás Estados vecinos, y a los de Europa con quienes está en comercio, porque hay grandes intereses y muy complicados que tratar y conciliar, y a la hora que rayan dos o tres diputados sin estas calidades, todo se volverá un desorden como ha sucedido siempre, esto es si no se convierte en una tanda de pillos, que viéndose colocados en aquella posición, y sin poder hacer cosa alguna de provecho para el país, traten de sacrificarlo a beneficio suyo particular, como lo han hecho nuestros anteriores Congresos concluyendo sus funciones con disolverse, llevando los diputados por todas partes el chisme, la mentira, la patraña, y dejando envuelto al país en un maremágnun de calamidades de que jamás pueda repararse.
Lo primero que debe tratarse en el Congreso no es, como algunos creen, de la erección del Gobierno general, ni del nombramiento del jefe supremo de la República. Esto es lo último de todo. Lo primero es dónde ha de continuar sus sesiones el Congreso, si allí donde está o en otra parte. Lo segundo es la Constitución General principiando por la organización que habrá de tener el Gobierno general, que explicará de cuántas personas se ha de componer ya en clase de jefe supremo, ya en clase de ministros, y cuáles han de ser sus atribuciones, dejando salva la soberanía e independencia de cada uno de los Estados Federados. Cómo se ha de hacer la elección, y qué calidades han de concurrir en los elegibles; en dónde ha de residir este Gobierno, y qué fuerza de mar y tierra permanente en tiempo de paz es la que debe tener, para el orden, seguridad, y respetabilidad de la República.
El punto sobre el lugar de la residencia del Gobierno suele ser de mucha gravedad, y trascendencia por los celos y emulaciones que esto excita en los demás pueblos, y la complicación de funciones que sobrevienen en la corte o capital de la República con las autoridades del Estado particular a que ella corresponde. Son éstos inconvenientes de tanta gravedad que obligaron a los norteamericanos a fundar la ciudad de Washington, hoy Capital de aquella República que no pertenece a ninguno de los Estados confederados.
Después de convenida la organización que ha de tener el Gobierno, sus atribuciones, residencia y modo de erigirlo, debe tratarse de crear un fondo nacional permanente que sufrague todos los gastos generales, ordinarios y extraordinarios, y al pago de la deuda nacional, bajo del supuesto que debe pagarse tanto la exterior como la interior, sean cuales fueren las causas justas o injustas que la hayan causado, y sea cual fuere la administración que haya habido de la hacienda del Estado porque el acreedor nada tiene que ver con esto, que debe ser una cuestión para después. A la formación de este fondo, lo mismo que con el contingente de tropa para la organización del Ejército nacional, debe contribuir cada Estado Federado, en proporción a su población cuando ellos de común acuerdo no tomen otro arbitrio que crean más adaptable a sus circunstancias; pues en orden a eso no hay regla fija, y todo depende de los convenios que hagan cuando no crean conveniente seguir la regla general, que arranca del número proporcionado de población. Los norteamericanos convinieron en que formasen este fondo de derechos de Aduana sobre el comercio de ultramar, pero fue porque todos los Estados tenían puertos exteríores no habría sido así en caso contrario. A que se agrega que aquel país por su situaci6n topográfica es en la principal y mayor parte marítimo como se ve a la distancia por su comercio activo, el número crecido de sus buques mercantes, y de guerra construidos en la misma república, y como que esto era lo que más gastos causaba a la república en general, y lo que más llamaba su atención por todas partes, pudo creerse que debía sostenerse con los ingresos de derechos que produjesen el comercio de ultramar o con las naciones extranjeras.
Al ventilar estos puntos, deben formar parte de ellos los negocios del Banco Nacional, y de nuestro papel moneda que todo él forma una parte de la deuda nacional a favor de Buenos Aires; deben entrar en cuenta nuestros fondos públicos, y la deuda de Inglaterra, invertida en la guerra nacional con el Brasil; deben entrar los millones gastados en la reforma militar, los gastados en pagan la deuda reconocida, que había hasta el año de Ochocientos veinte y cuatro procedente de la guerra de la Independencia, y todos los demás gastos que ha hecho esta provincia con cargo de reintegro en varias ocasiones, como ha sucedido para la reunión y conservación de varios congresos generales.
Después de establecidos estos puntos, y el modo como pueda cada Estado Federado crearse sus rentas particulares sin perjudicar los intereses generales de la República, después de todo esto, es cuando recién se procederá al nombramiento del jefe de la República y erección del Gobierno general. ¿Y puede nadie concebir que en el estado triste y lamentable en que se halla nuestro país pueda allanarse tanta dificultad, ni llegarse al fin de una empresa tan grande, tan ardua, y que en tiempos los más tranquilos y felices, contando con los hombres de más capacidad, prudencia v patriotismo, apenas podría realizarse en dos años de asiduo trabajo? ¿Puede nadie que sepa lo que es el sistema federativo, persuadirse que la creación de un gobierno general bajo esta forma atajará las disensiones domésticas de los pueblos? Esta persuasión o triste creencia en algunos hombres de buena fe es la que da ansia a otros pérfidos y alevosos que no la tienen o que están alborotando los pueblos con el grito de Constitución, para que jamás haya paz, ni tranquilidad, porque en el desorden es en lo que únicamente encuentran su modo de vivir. El Gobierno general en una República Federativa no une los pueblos federados, los representa unidos: no es para unirlos, es para representarlos en unión ante las demás naciones: él no se ocupa de lo que pasa interiormente en ninguno de los Estados, ni decide las contiendas que se suscitan entre sí. En el primer caso sólo entienden las autoridades particulares del Estado, y en el segundo la misma Constitución tiene provisto el modo cómo se ha de formar el tribunal que debe decidir. En una palabra, la unión y tranquilidad crea el Gobierno general, la desunión lo destruye; él es la consecuencia, el efecto de la unión, no es la causa, y si es sensible su falta, es mucho mayor su caída, porque nunca sucede ésta sino convirtiendo en escombros toda la República. No habiendo, pues, hasta ahora entre nosotros, como no hay, unión y tranquilidad, menos mal es que no exista, que sufrir los estragos de su disolución. ¿No vemos todas las dificultades invencibles que toca cada Provincia en particular para darse constitución? Y si no es posible vencer estas solas dificultades, ¿será posible vencer no sólo éstas sino las que presenta la discordia de unas provincias con otras, discordia que se mantiene como acallada y dormida mientras que cada una se ocupa de sí sola, pero que aparece al instante como una tormenta general que resuena por todas partes con rayos y centellas, desde que se llama a Congreso general?
Es necesario que ciertos hombres se convenzan del error en que viven, porque si logran llevarlo a efecto, envolverán a la República en la más espantosa catástrofe, y yo desde ahora pienso que si no queremos menoscabar nuestra reputación ni mancillar nuestras glorias, no debemos prestarnos por ninguna razón a tal delirio, hasta que dejando de serlo por haber llegado la verdadera oportunidad veamos indudablemente que los resultados han de ser la felicidad de la Nación. Si no pudiésemos evitar que lo pongan en planta, dejemos que ellos lo hagan enhorabuena pero procurando hacer ver al público que no tenemos la menor parte en tamaños disparates, y que si no lo impedimos es porque no nos es posible.
La máxima de que es preciso ponerse a la cabeza de los pueblos cuando no se les pueda hacer variar de resolución es muy cierta; mas es para dirigirlos en su marcha, cuando ésta es a buen rumbo, pero con precipitación o mal dirigida; o para hacerles variar de rumbo sin violencia, y por un convencimiento práctico de la imposibilidad de llegar al punto de sus deseos. En esta parte llenamos nuestro deber, pero los sucesos posteriores han mostrado a la clara luz que entre nosotros no hay otro arbitrio que el de dar tiempo a que se destruyan en los pueblos los elementos de discordia, promoviendo y alentando cada gobierno por sí el espíritu de paz y tranquilidad. Cuando éste se haga visible por todas partes, entonces los cimientos empezarán por valernos de misiones pacíficas y amistosas por medio de las cuales sin bullas, ni alboroto, se negocia amigablemente entre los gobiernos, hoy esta base, mañana la otra hasta colocarlas en tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo, y no tenga más que marchar llanamente por el camino que se le haya designado. Esto es lento a la verdad, pero es preciso que así sea, y es lo único que creo posible entre nosotros después de haberlo destruido todo, y tener que formarnos del seno de la nada.
Adiós, compañero. El cielo tenga piedad de nosotros, y dé a Vd. salud, acierto, y felicidad en el desempeño de su comisión; y a los dos, y demás amigos, iguales goces, para defendernos, precavernos, y salvar a nuestros compatriotas de tantos peligros como nos amenazan.
Juan M. de Rosas.

(1) Julián Segundo de Agüero
(2) Salvador Maria del Carril

Fuentes:
- Castagnino Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y Verdades
- Irazusta, Julio. Vida Política de Jaun Manuel de Rosas
- Saldías Adolfo. Papeles de Rosas.
- Archivo Americano
- La Gaceta Mercantil
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

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Camba entrenó con sus dos nuevos refuerzos: Luna y Colombano

Obras en el Estadio

En el día de hoy fueron presentados formalmente los dos últimos refuerzos del plantel de Defensores de Cambaceres, que debe el 1ero de febrero reanudará la competencia del campeonato de la Primera “C”.
En efecto, hoy se sumaron a los entrenamientos Martín Luna y Eloy Colombano como las nuevas caras que tendrá el Rojo en el primer semestre del año junto a Homero Díaz, que llegó la semana pasada.
Luna nació en General Belgrano el 13 de septiembre de 1984 (27 años). Jugó en Lugano, Deportivo Merlo, Sacachispas y San Miguel. Es derecho pero suele jugar como carrilero por la izquierda.
Por su parte, Colombano nació el 15 de junio de 1983 (28 años) en Pehuajó y tiene una dilatada trayectoria. Jugó en Estudiantes, Defensa y Justica, Kansas City de Estados Unidos, Atlanta, Ferro Carril de Olavarría y Deportivo Armenio.
Ambos jugadores fueron presentados a sus nuevos compañeros y tomaron parte del primer entrenamiento de la semana, que se desarrolló por la mañana en el predio de SOSBA.

LA PRACTICA
El plantel cumplió esta mañana un exigente trabajo que dejó a algunos jugadores con ligeras molestias físicas. El profesor Marcelo Chiappetta ordenó tareas de fuerza en la zona media y trabajos con pelota. Para mañana está previsto un circuito de fuerza y resistencia, transferencia con pesas, superaeróbico y fútbol reducido.

OBRAS EN EL ESTADIO
El ingreso de camiones con tierra al estadio “12 de Octubre” no se detiene y hay casi medio campo cubierto de montañas de tierra. Todavía restan ingresar varios camiones más para comenzar luego con el nivelado y sembrado de la cancha, algo que nunca se había hecho en ese lugar.
Por otra parte, los empleados municipales siguen con los trabajos del nuevo alambrado olímpico sobre la tribuna que da al camino Rivadavia. Ahora se están haciendo las estructuras de hierro para en un par de días comenzar con la colocación del cemento para las bases y posteriormente hacer la pared inferior con ladrillos comunes.


LOMAS VALENTINAS - 21 al 27 de diciembre de 1868

En Asunción la población moría por la calles. El 21 de diciembre, al mando de López, resiste el embate de los aliados, muy superiores en número. El general y ministro de Estados Unidos presencia la batalla desde su campamento:

“Seis mil heridos, hombres y chiquillos, llegaron a ese campo de batalla el 21 de diciembre y lucharon como ningún otro pueblo ha luchado jamás por preservar a su país de la invasión y la conquista...otros han fugado (hacia su propio ejército) de las pocilgas que utilizaban los invasores como prisión,...el cuartel Paraguayo comenzó a llenarse de heridos incapacitados positivamente para seguir la lucha. Niños de tiernos años arrastrándose, las piernas desechas a pedazos con horribles heridas de balas. No lloraban ni gemían, ni imploraban auxilios médicos. Cuando sentían el contacto de la mano misericordiosa de la muerte, se echaban al suelo para morir en silencio”

Hubo prodigios de coraje: Felipe Toledo, de ochenta años, carga diez veces al frente de la escolta presidencial para caer en la décima; Valois Rivarola, con una herida recibida en Avay, abandona el hospital y toma el primer caballo que encuentra. Una bala le rompe el cráneo: sujetando la masa encefálica, que se le escurría, con los dedos de una mano, con la otra disparaba su carabina. (JMR.t.VII.p.204)

López ya “No tenía soldados, no tenía proyectiles, no tenía que comer. Solo noventa fantasmas le rodeaban en la cumbre de la trágica colina, aguardando sus palabra para correr a la muerte”; se retira con los restos y para el 27 logra reunir “dos mil combatientes de inválidos y niños a quienes hubo que poner barbas postizas para quitarles su aspecto infantil detuvieron durante ocho horas el ataque de 28.000 aliados. La batalla terminó cuando terminó nuestro ejército.” (O´Leary. Cit.JMR.tVII.p.205)

Fuentes:
- García Mellid. Atilio. "Proceso a los falsificadores de la historias del Paraguay".
- Castagnino L. Guerra del Paraguay La Triple Alinza contra los paises del Plata.
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

PACTO FEDERAL - 4 de enero de 1831

Deseando los Gobernadores de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos estrechar cada vez más los vínculos que felizmente los unen y, creyendo que así reclaman sus intereses particulares y los de la República han nombrado para este fin sus respectivos diputados, a saber: el Gobierno de Santa Fe, el señor D. Domingo Cullen; el de Buenos Aires, al Sr. D. José María Rojas y Patrón, y el de Entre Ríos, al Sr. D. Antonio Crespo.

Quienes después de haber canjeado sus respectivos poderes, que se hallaron extendidos en buena y debida forma; y teniendo presente el tratado preliminar celebrado en la ciudad de Santa fe el 23 de febrero último entre los Gobiernos de dicha provincia y la de Corrientes; teniendo también presente la invitación que con fecha 24 del expresado mes de febrero hizo el Gobierno de Santa Fe al de Buenos Aires, y la convención preliminar ajustada en Buenos Aires el 23 de marzo del año anterior entre los Gobiernos de esta provincia y la de Corrientes, asi como el tratado celebrado el 3 de mayo último en la capital de Entre Ríos entre su Gobierno, y el de Corrientes; y finalmente, considerando que la mayor parte de los pueblos de la República, ha proclamado del modo más libre y espontáneo la forma de gobierno federal, han convenido en los artículos siguientes:

Artículo 1°) Los Gobiernos de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos ratifican y declaran en su vigor y fuerza los tratados anteriores celebrados entre los mismos Gobiernos en la parte que estipulan la paz firme, amistad y unión estrecha y permanente, reconociendo recíprocamente su libertad, independencia y derechos.

Artículo 2°) Las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos se obligan a resistir cualquier invasión extranjera que se haga, bien sea en el territorio de cada una de las tres provincias contratantes o de cualquiera de las otras que componen el Estado argentino. Artículo 3°) Las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y Entre Ríos se ligan y constituyen en alianza ofensiva y defensiva contra toda agresión o preparación de parte de cualquiera de las demás provincias de la República (lo que Dios no permita), que amenace la integridad e independencia de sus respectivos territorios.

Artículo 4°) Se comprometen a no oir ni hacer proposiciones ni celebrar tratado alguno particular una provincia por si sola con otra de las litorales ni con ningún otro Gobierno sin previo avenimiento expreso de las demás provincias que forman la presente federación.

Artículo 5°) Se obligan a no rehusar su consentimiento expreso para cualquier tratado que alguna de las tres provincias litorales quiera celebrar con otra de ellas o de las demás que pertenecen a la República, siempre que tal tratado no perjudique a otra de las mismas tres provincias o a los intereses generales de ellas o de toda la República.

Artículo 6°) Se obligan también a no permitir que persona alguna de su territorio ofenda a cualquiera de las otras dos provincias o a sus respectivos Gobiernos y a guardar la mejor armonía posible con todos los Gobiernos amigos.

Artículo 7°) Prometen no dar asilo a ningún criminal que se acoja a una de ellas huyendo de las otras dos por delito, cualquiera que sea, y ponerlo a disposición del Gobierno respectivo que lo reclame como tal. Entendiéndose que el presente artículo sólo regirá con respecto a los que se hagan criminales después de la ratificación y publicación de este tratado.

Artículo 8°) Los habitantes de las tres provincias litorales gozarán recíprocamente la franqueza y seguridad de entrar y transitar con su buque y cargas en todos los puertos, ríos y territorios de cada una, ejerciendo en ellas su industria con la misma libertad, justicia y protección que los naturales de la provincia en que residan, bien sea permanente o accidentalmente.

Artículo 9°) Los frutos y efectos de cualquier especie que se importen o exporten del territorio o puertos de una provincia a otra por agua o por tierra, no pagarán más derechos que si fuesen importados por los naturales de la provincia, adonde o de donde se exportan o importan.

Artículo 10°) - No se concederá en una provincia derecho, gracia, privilegio u exención a las personas y propiedades de los naturales de ella que no conceda a los de las otras dos.

Artículo 11°) Teniendo presente que alguna de las provincias contratantes ha determinado por ley que nadie pueda ejercer en ella la primera magistratura sino sus hijos respectivamente, se exceptúa dicho caso y otros de igual naturaleza que fueren establecidos por leyes especiales. Entendiéndose que en caso de hacerse por una provincia alguna excepción ha de extenderse a los naturales y propiedades de las otras dos aliadas.


Artículo 12°) Cualquier provincia de la República que quiera entrar en la Liga que forman las litorales será admitida con arreglo a lo que establece la segunda base del artículo primero de la citada convención preliminar celebrada en Santa fe a veintitrés de febrero del precedente año, ejecutándose este acto con el expreso y unánime consentimiento de cada una de las demás provincias federadas.

Artículo 13°) Si llegare el caso de ser atacada la libertad e independencia de alguna de las tres provincias litorales por alguna otra de las que no entran al presente en la federación, o por otro cualquier poder extraño, la auxiliarán las otras dos provincias litorales, con cuantos recursos y elementos estén en la esfera de su poder, según la clase de la invasión, procurando que las tropas que envíen las provincias auxiliares sean bien vestidas, armadas y municionadas, y que marchen con sus respectivos jefes y oficiales. Se acordará por separado la suma de dinero con que para este caso deba contribuir cada provincia.

Artículo 14°) Las fuerzas terrestres o marítimas, que según el artículo anterior se envíen en auxilio de la provincia invadida, deberán obrar con sujeción al Gobierno de ésta, mientras pisen su territorio y naveguen sus ríos en clase de auxiliares.

Artículo 15°) Interín dure el presente estado de cosas, y mientras no se establezca la paz pública de todas las provincias de la República, residirá en la capital de Santa fe una comisión compuesta de un diputado por cada una de las tres provincias litorales, cuya denominación será «Comisión representativa de los Gobiernos, de las provincias litorales de la República Argentina», cuyos diputados podrán ser removidos al arbitrio de sus respectivos Gobiernos, cuando lo juzguen conveniente, nombrando otros inmediatamente en su lugar.

Artículo 16°) Las atribuciones de esta comisión serán:
Primera: Celebrar tratados de paz a nombre de las expresadas tres provincias, conforme a las instrucciones que cada uno de los diputados tenga de su respectivo Gobierno y con la calidad de someter dichos tratados a la ratificación de cada una de las tres provincias.
Segunda: Hacer declaración de guerra contra cualquier otro poder a nombre de las tres provincias litorales, toda vez que éstas estén acordes en que se haga tal declaración.
Tercera: Ordenar se levante el ejército en caso de guerra ofensiva y defensiva y nombrar el general que deba mandarlo.
Cuarta: Determinar el contingente de tropas con que cada una de las provincias aliadas deba contribuir conforme al tenor del artículo 13.
Quinta: Invitar a todas las demás provincias de la República, cuando estén en plena libertad y tranquilidad, a reunirse en federación con las litorales y a que por medio de un Congreso general federativo se arregle la administración general del país bajo el sistema federal, su comercio interior y exterior, su navegación, el cobro y distribución de las rentas generales, y el pago de la deuda de la República, consultando del mejor modo posible la seguridad, y engrandecimiento general de la República, su crédito interior y exterior, y la soberanía, libertad e independencia de cada una de las provincias.

Artículo 17°) El presente tratado deberá ser ratificado a los tres días por el Gobierno de Santa Fe, a los seis días por el de Entre Ríos y a los treinta, por el Gobierno de Buenos Aires.

Dado en la ciudad de Santa Fe, a cuatro del mes de enero del año de Nuestro Señor mil ochocientos treinta y uno.

(Fdo.):
Domingo CULLEN
José María ROXAS y PATRÓN
Antonio CRESPO

Fuente: www.lagazeta.com.ar

BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO

28 de noviembre de 1840

Antecedentes

Batalla de Quebracho Herrado, se libró el 28 de noviembre de 1840 entre el ejército federal al mando del general Oribe, y el ejército unitario al mando de Lavalle.
Los antecedentes de la batalla corresponden a la invasión unitaria llevada a cabo por Lavalle con el apoyo de los franceses y la intriga de loa “auxiliares” emigrados unitarios de Montevideo, que pretendían la destitución de Rosas o bien la segregación de las provincias mesopotámicas.
Lavalle ocupa la isla Martín García e invade a la provincia de Entre Ríos con 4.000 hombres. Se enfrenta al gobernador Pascual Echagüe al mando de 5.000 federales en San Cristóbal y Sauce Grande. Asediado por Echagüe, Lavalle cruza en la flota francesa el río Paraná, y avanza hasta las puertas de Buenos Aires.
La población de la campaña de Buenos Aires le es totalmente adversa, de lo que se queja Lavalle en cartas a su esposa, donde dice no comprender la conformidad de los “esclavos” del dictador con su “opresor”, que le son adictos, y le hacen el vacío y el hostigamiento, en vez de recibirlo como al “Ejercito Libertador”, como él lo había denominado.
Se equivocaba Alberdi al vaticinarle que a Lavalle “le esperaban en un estado maravilloso”, como se desprende de la correspondencia de Lavalle a su esposa, donde se quejaba con amargura del vacío, falta de apoyo y hostigamiento que le hacían los habitantes de la campaña bonaerense:
“Esta carta te va a hacer derramar lágrimas. No he encontrado sino hordas de esclavos, tan envilecidos como cobardes y muy contentos con sus cadenas. Es preciso que sepas que la situación de este ejército es muy crítica. En medio de territorios sublevados e indiferentes, sin base, sin punto de apoyo, la moral empieza a resentirse, y es el enemigo que más tengo que combatir. Es preciso que tengas un gran disimulo, principalmente con los franceses, pues todavía tengo esperanzas.”
“Tú no concibes muchas esperanzas porque el hecho es que los triunfos de este ejército no hacen conquistas sino entre la gente que habla: la que no habla y pelea nos es contraria, y nos hostiliza como puede. Este es el secreto origen de tantas y tantas engañosas ilusiones sobre el poder de Rosas, que nadie conoce hoy como yo.”
Indeciso y desilusionado se retira Lavalle hace el norte y ocupa Rosario, donde permanece un tiempo en Rosario, asediado a su vez por los federales de Juan Pablo “mascarilla” López, hermano de Estanislao López.


Un hecho desgraciado

Lavalle ordena al coronel del Rodríguez Fresno el ataque a la plaza de Rosario, defendida por el bravo general Eugenio Garzón. A las fuerzas atacantes su sumaron el batallón de infantería del coronel Díaz, la artillería de Mateorata y piquetes de infantería, todos al mando del general Iriarte.
El general Garzón se negó a rendirse como se lo aconsejaban, y con escasas fuerzas resiste el ataque defendiendo del terreno palmo a palmo en distintos puntos. Las tropas unitarias se estrellaban por dos días contra una defensa aguerrida y con la habilidad de maniobra de Garzón, quien por falta de municiones no podría resistir mucho más la posición. Es en esas circunstancias que acuerdan nombrar un parlamentario ante el coronel Rodríguez del Fresno, quien concedió al general Garzón y a sus oficiales salir con los honores de la guerra si se rendían en el perentorio tiempo de un cuarto de hora.
No obstante lo acordado, la misma noche el general Iriarte le notifica a Garzón que él y sus compañeros eran prisioneros a discreción, pues el coronel Rodríguez no tenía facultades para hacerle concesión alguna. Garzón invocó con arrogancia la capitulación arreglada con el jefe de la plaza, y alegó en términos duros que sus oficiales no podían ser víctimas de la indisciplina del que tal notificación le hacía, a lo que Iriarte se limitó a responderle que no había más que someterse a las circunstancias que había creado la guerra, y que se preparasen a marchar al cuartel general de Lavalle que estaba situado en la chacra de Andino en las afueras de la ciudad.
En el campamento de Lavalle se preparaba un complot contra la vida de Garzón, de sus oficiales y partidarios. El coronel Niceto Vega, del ejercito unitario, reunió a sus compañeros de armas momentos después de haber el general Garzón desalojado la Aduana en virtud de la capitulación arreglada, y en esta reunión se resolvió nombrar una comisión de jefes con el objeto de pedir al general Lavalle que el general Garzón, el gobernador Méndez, el coronel Acuña, su hijo, el capitán Gómez y demás oficiales capitulados fueran conducidos al cuartel general y fusilados inmediatamente. La comisión presidida por el coronel Vega llevó su propuesta ante el general Lavalle, quien visiblemente agitado los increpó:
"¿Y por qué no los mataron ustedes en el acto de tomarlos? ¿Quieren que caiga sobre mi la muerte de todos ellos?.... Esta bien, señores, los prisioneros serán fusilados”. Inmediatamente dio orden de que la legión Avalos trajese bien asegurados los prisioneros al cuartel general.
Al respecto dice el coronel Rodríguez del Fresno:
“Al día siguiente de la toma de la plaza, me dirigí al campo del general Lavalle, quien me hizo llamar por medio de su ayudante Lacasa; y lo encontré en la loma de la chacra de Andino, sentado sobre su montura. Lo saludé, y la primera pregunta que hizo fue si quedaban asegurados los prisioneros. Le contesté que sí. “¿Están todavía con mucho cogote?” me dijo. – “No les falta”, le contesté. – “Irá usted a la Capital , agregó el general, y ordenará al mayor de plaza, o al jefe encargado de la custodia de los prisioneros, que los entregue al comandante Avalos, quien llevará mis instrucciones sobre la manera de traerlos. Aquí les bajaré el cogote”.
El comandante Avalos sacó a los prisioneros de sus calabozos y los condujo maniatados y bien asegurados al cuartel general de Andino; pero varias damas santafecinas, y principalmente doña Joaquina Rodríguez de Cúllen, hermana del coronel Rodríguez del Fresno, y viuda de Domingo Cúllen, y que debía servicios importantes a Garzón, se apresuraron a pedirle gracia a Lavalle por la vida de este último y la de sus compañeros. Esta súplica, por una parte; las reflexiones que le hicieron sobre que era el gobernador de Santa Fe quien debía juzgar a los prisioneros, y las que él mismo se hizo acerca del alcance y trascendencia que tendría en las provincias la tremenda resolución que le habían arrancado los jefes de su ejército, decidieron al general Lavalle a devolver los prisioneros al gobernador Rodríguez del Fresno, levantando así la sentencia que había fulminado sobre sus cabezas.
En esas momentos recibe Lavalle una noticia que le cae como balde de agua fría: Rosas y el barón de Mackau habían llegado a un arreglo diplomático, que dejaba a Lavalle sin el apoyo francés en aquellas circunstancias.


El desencuentro de Lavalle y Lamadrid

Mientras tanto las provincias unitarias habían formado la Coalición del Norte con un ejercito de 2.000 hombres al mando de Gregorio Araoz de Lamadrid, a quien se le oponían los gobernadores de San Juan, Nazario Benavídez y de Santiago del Estero Juan Felipe Ibarra.
Para evitar recelos entre gobernadores y jefe federales, Rosas había nombrado al frente del Ejército Confederado al general uruguayo Manuel Oribe, un habil militar, como quedaría demostrado.
Asediado en Rosario con tenacidad por las tropas federales, Lavalle acuerda con Lamadrid, que ocupaba la provincia de Córdoba, para unir esfuerzos. Acordaron reunirse en la posta de Romero, en el centro de la provincia de Santa Fe, el día 20 de noviembre.
Lavalle abandonó Santa Fe el día 18 y se dirigió hacia allí, perseguido de cerca por las fuerzas de Oribe (a la que se unieron las fuerzas de Juan Pablo López). Por su parte, Oribe para alcanzar al enemigo, realizó quizás una marcha única en los anales de la historia argentina: recorrió unos 150 kilómetros en dos días en medio de una región desértica. La persecución fue tan intensa, que Lavalle tuvo que detenerse a cada rato para obligarlo a formar en orden de batalla, aun cuando no pretendía presentar combate.
Pasados algunos días, y sin noticia alguna de Lavalle, Lamadrid se retiró un poco hacia el oeste, sin avisar tampoco a sus aliados, de modo que, cuando Lavalle llegó a destino, Lamadrid no estaba allí, ni tampoco nadie que supiera dónde estaba. Lavalle, picado por los federales, se dirigió a la posta de Quebracho Herrado, en el extremo oriental de la provincia de Córdoba.

La batalla

Obligado por las circunstancias, Lavalle esperó el ataque de Oribe el mismo día 28. La batalla comenzó al mediodía. Se enfrentaron 4.600 soldados unitarios (350 infantes, más de 4.000 jinetes, de los cuales 1.200 eran desmontados, y 4 cañones) contra más de 6.500 federales (1.600 infantes y casi 5.000 jinetes con 5 piezas de artillería).
Lavalle decidió jugar la suerte de la batalla a la carga de su ala derecha, dirigida por el coronel Niceto Vega; su rápida carga arrastró a la caballería del ala izquierda federal, a órdenes del coronel Hilario Lagos, a cierta distancia del campo de batalla, pero no lograron hacerla huir. Por consiguiente, tampoco pudieron atacar a la reserva ni a la infantería.
Por el otro ala federal, en cambio, la caballería del coronel mayor (grado equivalente al de general) Ángel Pacheco, en la que se destacó la 1º División de Santa Fe, a órdenes del comandante Andrada, superó ampliamente a la caballería unitaria de la izquierda, a órdenes del coronel José María Vilela, llegando a atacar las reservas del ejército unitario. En el centro, la igualdad entre las infanterías unitaria del coronel Pedro José Díaz y federal del teniente coronel Jerónimo Costa se mantuvo por cuatro horas. La derecha unitaria se desmoralizó al ver vencido al resto del ejército, y fue rodeada por las fuerzas del general Pacheco y obligada a retirarse. En un último intento, Lavalle tomó personalmente el mando de la reserva y se lanzó a la lucha.
A las 4 de la tarde, los caballos del ejército unitario dejaron de moverse y la victoria quedó del lado de Oribe. Más de 500 hombres resultaron muertos durante la batalla, a los que se sumaron varios cientos del ejército vencido después de ella; por otro lado, más de mil soldados unitarios fueron tomados prisioneros, ya que los jinetes quedaron a pie y los infantes no podían ya caminar.
Hay quienes opinan que fue Hilario Lagos quien decidió el triunfo de los federales, al desbaratar los cuadros que comandaba el coronel Pedro José Díaz, al que tomó prisionero y dio toda suerte de garantías, después de felicitarlo por su valor. El coronel Díaz fue tomado prisionero y llevado a Buenos Aires. Años más tarde lucharía del lado de Rosas en la batalla de Caseros.
También fueron capturados por el ejército federal varios cientos de civiles, que acompañaban a Lavalle desde Buenos Aires y Santa Fe. Perdió, además, la artillería, el parque y bagajes. El ejército federal tuvo 36 muertos y 50 heridos.
Los soldados que se salvaron de la matanza huyeron en desorden hacia la ciudad de Córdoba. Los hombres de Oribe, sin embargo y debido a la larga persecución que habían realizado, tampoco tenían resto para hacer una persecución a fondo. De modo que se quedaron en el campo de batalla.


Consecuencias

Después de la terrible derrota, Lamadrid se apuró a ayudar a los restos del ejército vencido. En cuanto se encontró en El Tío con Lavalle, se reprocharon amargamente la mutua ausencia en la posta de Romero, y eso llevó a una serie de conflictos entre los dos jefes unitarios, que no pudieron mantenerse en Córdoba.
Como resultado de la derrota, y también de las desinteligencias entre Lavalle y Lamadrid, ambos decidieron retirarse hacia el norte del país. Allí intentaron una reorganización. Meses después se separaron y Lamadrid, con un nuevo ejército, invadió Cuyo, mientras Lavalle quedaba en Tucumán. En definitiva, ocho meses más tarde, Lavalle fue vencido en la batalla de Famaillá y Lamadrid en Rodeo del Medio, en Mendoza. Con eso desapareció la Coalición del Norte.
La batalla de Quebracho Herrado fue la más grande de la guerra civil que sacudió a la Argentina entre 1839 y 1842. No fue absolutamente decisiva, pero volcó la situación de manera dramática a favor del partido federal, que terminaría por triunfar y asegurarse la preeminencia hasta la batalla de Caseros, en 1852.

Fuentes:
- Aráoz de Lamadrid, Gregorio, Memorias, Bs. As., 1895.
- Quesada, Ernesto, Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado, Ed.Plus Ultra, Bs. As., 1965.
- Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina, Bs. As., 1892.
- Castagnino, Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y verdades. Edit.Fabro, 2009
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar

EL FRUSTRADO REGRESO DE SAN MARTIN

En el conflicto de la Confederación con Brasil, Inglaterra prefería que no haya triunfador y que la banda oriental fuera independiente para debilitamiento de ambos, quedando Inglaterra como árbitro en el Río de La Plata. Las provincias del interior querían terminar una guerra ya ganada, pero Rivadavia estaba mas interesado en sus negocios mineros con los ingleses, que en su patria, y prefiere que regrese el ejercito para imponer “la organización a palos” (Agüero) en el interior, aun a costa de ceder la banda oriental. Prevalecen las palabras del ministro Agüero de “la paz a cualquier precio”. Los federales piden el gobierno y que les dejen a ellos el peso de la guerra pero Rivadavia prefería perder la guerra y la banda oriental, antes que dejarle el gobierno a los federales, e instruye a García para que vaya a Río de Janeiro a terminar la guerra “a cualquier precio".

Fue un arreglo tan vergonzoso que ante la indignación popular Rivadavia intentó usar a García de chivo expiatorio y desconocer el arreglo, pero sumado al escándalo por saberse el negociado de la Mining, (denunciado públicamente, entre otros por Anchorena) se vio obligado renunciar. Luego, (resumiendo) el gobierno de Dorrego, que quiere seguir la guerra a toda costa, pero hasta el Banco de la provincia (manejado por intereses y accionistas ingleses) le niega todo crédito.

Regresado el ejército, Lavalle derroca ilegalmente a Dorrego y lo fusila (incentivado por unitarios como Del Carril y otros) En semejantes circunstancias llega San Martín (embarcado con el apellido materno) a Montevideo y se entera del fusilamiento de Dorrego.

San Martín es mal recibido, y Paz (gobernador interino) le escribe a Lavalle (que está en campaña): ”Calcule Ud. las consecuencias de una aparición tan repentina”.

Desacreditados los revolucionarios “Decembristas”, le ofrecen a San Martín el Gobierno, para “salvar la revolución con su prestigio”, pero San Martín se rehúsa a aceptar.

La propuesta de Lavalle queda en claro en carta que San Martin le envía a O´Higgins el 19 de abril, con copia de su respuesta:

“...su objeto era que yo me encargase del mando del ejercito y provincia de Buenos Aires y transase con las demás provincias a fin de garantir por i parte y el de los demás gobernadores a los autores del 1° de diciembre (asesinato de Dorrego) …por otra parte los autores del movimiento del 1° de diciembre son Rivadavia y sus satélites y a Ud. le consta los inmensos males que estos hombres han hecho no solo a este país sino al resto a América con su infernal conducta. Si mi lama fuese tan despreciable como las suyas, yo aprovecharía esta ocasión para vengarme de las persecuciones que mi honor ha sufrido de estos hombres; pero es necesario señalarles la diferencia que hay de un hombre de bien, a un malvado…Digo a Ud. en la mía del 5 que para le próximo paquete (paquebote) de mayo me marcharía a Europa, pero lo certificaré en el que sale a fines de éste. Adiós otra vez, pro siempre su invariable San Martín” (Picianeli, Hector Juan. Op.Cit.)

Así se ponía nuevamente por encima de ese grupo de “iluminados”, y antes de alejarse definitivamente, le dice a Iriarte:

“Sería un loco si me mezclase con estos calaveras. Entre ellos hay alguno, y Lavalle es uno de ellos, a quien no he fusilado de lástima cuanto estaban a mis órdenes en Chile y en Perú…son muchachos sin juicio, hombres desalmados…” (García Mellid, Atilio. “Proceso al liberalismo argentino”. Edit. Theoría. 1988) (JST.p.45)



Fuentes:

- Chavez, Fermín. Vida y muerte de López Jordán. Edit. Theoría.
- Obras citadas.


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- La muerte del Gran Capitán.
- El Libertador San Martin.
- La Campaña Libertadora.
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- Rosas y Rivadavia.
- San Martín y los indios.
- El sable corvo del Libertador.
- El sable de la soberanía.
- El testamento de san Martín.
- "No somos emanadas" (El vaticinio de San Martín)
- San Martin y Rivadavia.
- El frustrado regreso de San Martin.

Fuente: www.lagazeta.com.ar