¿Dónde estamos?

Argentina está situada en el Cono Sur de Sudamérica, limita al norte con Bolivia, Paraguay y Brasil; al este con Brasil, Uruguay y el océano Atlántico; al sur con Chile y el océano Atlántico, y al oeste con Chile. El país ocupa la mayor parte de la porción meridional del continente sudamericano y tiene una forma aproximadamente triangular, con la base en el norte y el vértice en cabo Vírgenes, el punto suroriental más extremo del continente sudamericano. De norte a sur, Argentina tiene una longitud aproximada de 3.300 km, con una anchura máxima de unos 1.385 kilómetros.
Argentina engloba parte del territorio de Tierra del Fuego, que comprende la mitad oriental de la Isla Grande y una serie de islas adyacentes situadas al este, entre ellas la isla de los Estados. El país tiene una superficie de 2.780.400 km² contando las islas Malvinas, otras islas dispersas por el Atlántico sur y una parte de la Antártida. La costa argentina tiene 4.989 km de longitud. La capital y mayor ciudad es Buenos Aires

PAPA FRANCISCO

PAPA FRANCISCO

BATALLA DE QUEBRACHO HERRADO

28 de noviembre de 1840

Antecedentes

Batalla de Quebracho Herrado, se libró el 28 de noviembre de 1840 entre el ejército federal al mando del general Oribe, y el ejército unitario al mando de Lavalle.
Los antecedentes de la batalla corresponden a la invasión unitaria llevada a cabo por Lavalle con el apoyo de los franceses y la intriga de loa “auxiliares” emigrados unitarios de Montevideo, que pretendían la destitución de Rosas o bien la segregación de las provincias mesopotámicas.
Lavalle ocupa la isla Martín García e invade a la provincia de Entre Ríos con 4.000 hombres. Se enfrenta al gobernador Pascual Echagüe al mando de 5.000 federales en San Cristóbal y Sauce Grande. Asediado por Echagüe, Lavalle cruza en la flota francesa el río Paraná, y avanza hasta las puertas de Buenos Aires.
La población de la campaña de Buenos Aires le es totalmente adversa, de lo que se queja Lavalle en cartas a su esposa, donde dice no comprender la conformidad de los “esclavos” del dictador con su “opresor”, que le son adictos, y le hacen el vacío y el hostigamiento, en vez de recibirlo como al “Ejercito Libertador”, como él lo había denominado.
Se equivocaba Alberdi al vaticinarle que a Lavalle “le esperaban en un estado maravilloso”, como se desprende de la correspondencia de Lavalle a su esposa, donde se quejaba con amargura del vacío, falta de apoyo y hostigamiento que le hacían los habitantes de la campaña bonaerense:
“Esta carta te va a hacer derramar lágrimas. No he encontrado sino hordas de esclavos, tan envilecidos como cobardes y muy contentos con sus cadenas. Es preciso que sepas que la situación de este ejército es muy crítica. En medio de territorios sublevados e indiferentes, sin base, sin punto de apoyo, la moral empieza a resentirse, y es el enemigo que más tengo que combatir. Es preciso que tengas un gran disimulo, principalmente con los franceses, pues todavía tengo esperanzas.”
“Tú no concibes muchas esperanzas porque el hecho es que los triunfos de este ejército no hacen conquistas sino entre la gente que habla: la que no habla y pelea nos es contraria, y nos hostiliza como puede. Este es el secreto origen de tantas y tantas engañosas ilusiones sobre el poder de Rosas, que nadie conoce hoy como yo.”
Indeciso y desilusionado se retira Lavalle hace el norte y ocupa Rosario, donde permanece un tiempo en Rosario, asediado a su vez por los federales de Juan Pablo “mascarilla” López, hermano de Estanislao López.


Un hecho desgraciado

Lavalle ordena al coronel del Rodríguez Fresno el ataque a la plaza de Rosario, defendida por el bravo general Eugenio Garzón. A las fuerzas atacantes su sumaron el batallón de infantería del coronel Díaz, la artillería de Mateorata y piquetes de infantería, todos al mando del general Iriarte.
El general Garzón se negó a rendirse como se lo aconsejaban, y con escasas fuerzas resiste el ataque defendiendo del terreno palmo a palmo en distintos puntos. Las tropas unitarias se estrellaban por dos días contra una defensa aguerrida y con la habilidad de maniobra de Garzón, quien por falta de municiones no podría resistir mucho más la posición. Es en esas circunstancias que acuerdan nombrar un parlamentario ante el coronel Rodríguez del Fresno, quien concedió al general Garzón y a sus oficiales salir con los honores de la guerra si se rendían en el perentorio tiempo de un cuarto de hora.
No obstante lo acordado, la misma noche el general Iriarte le notifica a Garzón que él y sus compañeros eran prisioneros a discreción, pues el coronel Rodríguez no tenía facultades para hacerle concesión alguna. Garzón invocó con arrogancia la capitulación arreglada con el jefe de la plaza, y alegó en términos duros que sus oficiales no podían ser víctimas de la indisciplina del que tal notificación le hacía, a lo que Iriarte se limitó a responderle que no había más que someterse a las circunstancias que había creado la guerra, y que se preparasen a marchar al cuartel general de Lavalle que estaba situado en la chacra de Andino en las afueras de la ciudad.
En el campamento de Lavalle se preparaba un complot contra la vida de Garzón, de sus oficiales y partidarios. El coronel Niceto Vega, del ejercito unitario, reunió a sus compañeros de armas momentos después de haber el general Garzón desalojado la Aduana en virtud de la capitulación arreglada, y en esta reunión se resolvió nombrar una comisión de jefes con el objeto de pedir al general Lavalle que el general Garzón, el gobernador Méndez, el coronel Acuña, su hijo, el capitán Gómez y demás oficiales capitulados fueran conducidos al cuartel general y fusilados inmediatamente. La comisión presidida por el coronel Vega llevó su propuesta ante el general Lavalle, quien visiblemente agitado los increpó:
"¿Y por qué no los mataron ustedes en el acto de tomarlos? ¿Quieren que caiga sobre mi la muerte de todos ellos?.... Esta bien, señores, los prisioneros serán fusilados”. Inmediatamente dio orden de que la legión Avalos trajese bien asegurados los prisioneros al cuartel general.
Al respecto dice el coronel Rodríguez del Fresno:
“Al día siguiente de la toma de la plaza, me dirigí al campo del general Lavalle, quien me hizo llamar por medio de su ayudante Lacasa; y lo encontré en la loma de la chacra de Andino, sentado sobre su montura. Lo saludé, y la primera pregunta que hizo fue si quedaban asegurados los prisioneros. Le contesté que sí. “¿Están todavía con mucho cogote?” me dijo. – “No les falta”, le contesté. – “Irá usted a la Capital , agregó el general, y ordenará al mayor de plaza, o al jefe encargado de la custodia de los prisioneros, que los entregue al comandante Avalos, quien llevará mis instrucciones sobre la manera de traerlos. Aquí les bajaré el cogote”.
El comandante Avalos sacó a los prisioneros de sus calabozos y los condujo maniatados y bien asegurados al cuartel general de Andino; pero varias damas santafecinas, y principalmente doña Joaquina Rodríguez de Cúllen, hermana del coronel Rodríguez del Fresno, y viuda de Domingo Cúllen, y que debía servicios importantes a Garzón, se apresuraron a pedirle gracia a Lavalle por la vida de este último y la de sus compañeros. Esta súplica, por una parte; las reflexiones que le hicieron sobre que era el gobernador de Santa Fe quien debía juzgar a los prisioneros, y las que él mismo se hizo acerca del alcance y trascendencia que tendría en las provincias la tremenda resolución que le habían arrancado los jefes de su ejército, decidieron al general Lavalle a devolver los prisioneros al gobernador Rodríguez del Fresno, levantando así la sentencia que había fulminado sobre sus cabezas.
En esas momentos recibe Lavalle una noticia que le cae como balde de agua fría: Rosas y el barón de Mackau habían llegado a un arreglo diplomático, que dejaba a Lavalle sin el apoyo francés en aquellas circunstancias.


El desencuentro de Lavalle y Lamadrid

Mientras tanto las provincias unitarias habían formado la Coalición del Norte con un ejercito de 2.000 hombres al mando de Gregorio Araoz de Lamadrid, a quien se le oponían los gobernadores de San Juan, Nazario Benavídez y de Santiago del Estero Juan Felipe Ibarra.
Para evitar recelos entre gobernadores y jefe federales, Rosas había nombrado al frente del Ejército Confederado al general uruguayo Manuel Oribe, un habil militar, como quedaría demostrado.
Asediado en Rosario con tenacidad por las tropas federales, Lavalle acuerda con Lamadrid, que ocupaba la provincia de Córdoba, para unir esfuerzos. Acordaron reunirse en la posta de Romero, en el centro de la provincia de Santa Fe, el día 20 de noviembre.
Lavalle abandonó Santa Fe el día 18 y se dirigió hacia allí, perseguido de cerca por las fuerzas de Oribe (a la que se unieron las fuerzas de Juan Pablo López). Por su parte, Oribe para alcanzar al enemigo, realizó quizás una marcha única en los anales de la historia argentina: recorrió unos 150 kilómetros en dos días en medio de una región desértica. La persecución fue tan intensa, que Lavalle tuvo que detenerse a cada rato para obligarlo a formar en orden de batalla, aun cuando no pretendía presentar combate.
Pasados algunos días, y sin noticia alguna de Lavalle, Lamadrid se retiró un poco hacia el oeste, sin avisar tampoco a sus aliados, de modo que, cuando Lavalle llegó a destino, Lamadrid no estaba allí, ni tampoco nadie que supiera dónde estaba. Lavalle, picado por los federales, se dirigió a la posta de Quebracho Herrado, en el extremo oriental de la provincia de Córdoba.

La batalla

Obligado por las circunstancias, Lavalle esperó el ataque de Oribe el mismo día 28. La batalla comenzó al mediodía. Se enfrentaron 4.600 soldados unitarios (350 infantes, más de 4.000 jinetes, de los cuales 1.200 eran desmontados, y 4 cañones) contra más de 6.500 federales (1.600 infantes y casi 5.000 jinetes con 5 piezas de artillería).
Lavalle decidió jugar la suerte de la batalla a la carga de su ala derecha, dirigida por el coronel Niceto Vega; su rápida carga arrastró a la caballería del ala izquierda federal, a órdenes del coronel Hilario Lagos, a cierta distancia del campo de batalla, pero no lograron hacerla huir. Por consiguiente, tampoco pudieron atacar a la reserva ni a la infantería.
Por el otro ala federal, en cambio, la caballería del coronel mayor (grado equivalente al de general) Ángel Pacheco, en la que se destacó la 1º División de Santa Fe, a órdenes del comandante Andrada, superó ampliamente a la caballería unitaria de la izquierda, a órdenes del coronel José María Vilela, llegando a atacar las reservas del ejército unitario. En el centro, la igualdad entre las infanterías unitaria del coronel Pedro José Díaz y federal del teniente coronel Jerónimo Costa se mantuvo por cuatro horas. La derecha unitaria se desmoralizó al ver vencido al resto del ejército, y fue rodeada por las fuerzas del general Pacheco y obligada a retirarse. En un último intento, Lavalle tomó personalmente el mando de la reserva y se lanzó a la lucha.
A las 4 de la tarde, los caballos del ejército unitario dejaron de moverse y la victoria quedó del lado de Oribe. Más de 500 hombres resultaron muertos durante la batalla, a los que se sumaron varios cientos del ejército vencido después de ella; por otro lado, más de mil soldados unitarios fueron tomados prisioneros, ya que los jinetes quedaron a pie y los infantes no podían ya caminar.
Hay quienes opinan que fue Hilario Lagos quien decidió el triunfo de los federales, al desbaratar los cuadros que comandaba el coronel Pedro José Díaz, al que tomó prisionero y dio toda suerte de garantías, después de felicitarlo por su valor. El coronel Díaz fue tomado prisionero y llevado a Buenos Aires. Años más tarde lucharía del lado de Rosas en la batalla de Caseros.
También fueron capturados por el ejército federal varios cientos de civiles, que acompañaban a Lavalle desde Buenos Aires y Santa Fe. Perdió, además, la artillería, el parque y bagajes. El ejército federal tuvo 36 muertos y 50 heridos.
Los soldados que se salvaron de la matanza huyeron en desorden hacia la ciudad de Córdoba. Los hombres de Oribe, sin embargo y debido a la larga persecución que habían realizado, tampoco tenían resto para hacer una persecución a fondo. De modo que se quedaron en el campo de batalla.


Consecuencias

Después de la terrible derrota, Lamadrid se apuró a ayudar a los restos del ejército vencido. En cuanto se encontró en El Tío con Lavalle, se reprocharon amargamente la mutua ausencia en la posta de Romero, y eso llevó a una serie de conflictos entre los dos jefes unitarios, que no pudieron mantenerse en Córdoba.
Como resultado de la derrota, y también de las desinteligencias entre Lavalle y Lamadrid, ambos decidieron retirarse hacia el norte del país. Allí intentaron una reorganización. Meses después se separaron y Lamadrid, con un nuevo ejército, invadió Cuyo, mientras Lavalle quedaba en Tucumán. En definitiva, ocho meses más tarde, Lavalle fue vencido en la batalla de Famaillá y Lamadrid en Rodeo del Medio, en Mendoza. Con eso desapareció la Coalición del Norte.
La batalla de Quebracho Herrado fue la más grande de la guerra civil que sacudió a la Argentina entre 1839 y 1842. No fue absolutamente decisiva, pero volcó la situación de manera dramática a favor del partido federal, que terminaría por triunfar y asegurarse la preeminencia hasta la batalla de Caseros, en 1852.

Fuentes:
- Aráoz de Lamadrid, Gregorio, Memorias, Bs. As., 1895.
- Quesada, Ernesto, Lavalle y la batalla de Quebracho Herrado, Ed.Plus Ultra, Bs. As., 1965.
- Saldías, Adolfo, Historia de la Confederación Argentina, Bs. As., 1892.
- Castagnino, Leonardo. Juan Manuel de Rosas, Sombras y verdades. Edit.Fabro, 2009
- La Gazeta Federal www.lagazeta.com.ar