Dorrego, Manuel
(Semblanza basada en un monografía realizada para nuestro sitio por nuestro colaborador Ramón Quiroz, basada el un libro del historiador argentino Aníbal Atilio Röttjer)
Dorrego asume el gobierno el 15 de agosto de 1827, a los 40 años de edad. Había sido soldado de la Independencia, herido en la batalla de Suipacha el 7 de noviembre de 1810 - primer triunfo de las armas argentinas.
"Tuvo, en la batalla de Tucumán, el honor de la jornada", el 24 de septiembre de 1812, según afirmación del general Paz, y distinguióse igualmente en la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813.
Desterrado a EE.UU. por el director supremo Pueyrredón, en noviembre de 1816, por dirigir la oposición a su gobierno absolutista, extranjerizante y antipopular, junto con Miguel Estanislao Soler, Domingo French, Antonio Gervasio de Posadas, Pedro Agrelo, Manuel Vicente Pagola, Manuel de Sarratea y otros, regresa en 1820 a la caída del Directorio.
Después de la batalla de Cepeda y del Tratado del Pilar, vence a Carrera y a Alvear en San Nicolás, el 2 de agosto, a López en Pavón el 12, pero es vencido por éste en Gamonal el 2 de septiembre.
El gobernador Rodríguez lo destierra a Mendoza, mas en 1824 es elegido diputado al Congreso Nacional por el Partido Federal, actuando como apasionado paladín del partido popular, jefe del grupo parlamentario y opositor a Rivadavia.
Inteligente, ilustrado, valeroso y apasionado, asume el gobierno de Buenos Aires en momentos difíciles en lo social, en lo financiero y en lo militar. Tuvo como ministros a los generales Tomás Guido, Juan Ramón Balcarce y a Vicente López y Planes.
Transforma la huerta del convento de los franciscanos recoletos, incautada por Rivadavia en 1821, en el actual Cementerio del Norte (o de "La Recoleta"), donde reposan sus restos.
Políticamente celebra tratados con las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Córdoba para organizar la nación mediante un congreso o convención general que se reúne en Santa Fe en 1828 para fundar la República Federal, pero choca con las pretensiones de Bustos, gobernador de Córdoba, que deseaba ser presidente de la república, propiciando para ello el traslado del Congreso a la ciudad mediterránea.
Lavalle, desde Buenos Aires, escribe a su suegro, Don Juan de Dios Correas, el 2 de mayo de 1828, sobre el panorama político de la ciudad: "Se va apurando la paciencia de este pueblo que teme, no sin fundamento, que esta administración se venga abajo a garrotazos. (El Partido Unitario) tiene en su mano ejecutar ese cambio a la hora que quisiera... El último mal que estos hombres (del Partido Federal) van a hacer a este pueblo es obligarlo a ejecutar un cambio por las vías de hecho, que ya están olvidadas. Pero no hay más que dos partidos a elegir: o servirse de las vías de hecho o abandonar a nuestro pobre país al vandalaje."
El jefe unitario de la oposición a la política de Dorrego en Buenos Aires es el doctor Julián Segundo de Agüero. Componen la logia: José Valentín Gómez, Gregorio Gómez, Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Manuel Gallardo, Ignacio Núñez, Zenón Videla, José María Paz, Carlos María de Alvear, Francisco Fernández de la Cruz, etc. Esta logia unitaria concerta una rebelión, que se apoyaría en las tropas que regresarían de la campaña del Brasil, y comprometen a Juan Lavalle para que asuma la dirección militar. Luego le otorgan también el gobierno de la provincia.
El general Tomás de Iriarte, contemporáneo de Lavalle, dice de él en sus memorias: "Soldado atrevido, engreído y de limitados alcances, capaz de los mayores atentados." Los dirigentes unitarios, que necesitan un jefe de acción, lo engatusan, lo nombran un prohombre, y lo designan como instrumento ciego de la guerra que se preparaban a hacer a su rival (Dorrego).
Más tarde dirá Juan Manuel de Rosas: "El Partido Unitario le hizo creer a Lavalle que las ideas (del Partido) no vencerían si no se acababa con los que lo combatían. Le hizo creer que el mal estaba en los mandatarios. Lavalle lo creyó...", por eso lo vemos aceptar con orgullo el papel de jefe de una conspiración que no fue más que un motín militar.
Rosas, resentido con Dorrego, renuncia a la comandancia de las tropas de la campaña el 1º de abril de 1828, pero su dimisión no es aceptada. En la noche del 30 de noviembre de 1828 se conviene en la logia unitaria realizar la sublevación de las tropas recién desembarcadas, y dar muerte a Dorrego y a Rosas. Esa misma noche, Rosas se retira de San José de Flores y, a pesar de su distanciamiento con Dorrego, le avisa de la conspiración que trama la logia: "El ejército nacional llega desmoralizado por esa logia que desde mucho tiempo (hace) nos tiene vendidos; logia que en distintas épocas ha avasallado a Buenos Aires, que ha tratado de estancar en su pequeño círculo a la opinión de los pueblos; logia ominosa y funesta, contra la cual está alarmada la nación".
Dorrego no da crédito a las advertencias de Rosas que le dice: "Usted no va acertado en su política" y los unitarios "amagan con muy serios peligros al país" y manda que su edecán llame a su despacho a Lavalle. Pero éste, ante la tropa formada en el cuartel de la Recoleta, contesta: "Diga usted a Dorrego que ya voy, pero para arrojarlo a patadas de un puesto que no merece ocupar".
En la revolución y su inminencia todos creían, menos Dorrego. Las tropas salen de sus cuarteles y comienza la revuelta del 1º de diciembre de 1828. Dorrego huye de la ciudad, pero antes envía un chasqui a Rosas: "Ponga en ejercicio todos los recursos que estuvieran a su alcance para citar, reunir y dirigir, donde y como tuviere por conveniente, los regimientos a su mando y con ello obrar enérgicamente en protección de la autoridad y de las leyes".
Hay un verdadero enfrentamiento clasista que requiere una clara definición en obsequio a la tranquilidad social de los argentinos. La revolución es una reacción de los aristócratas unitarios y liberales contra la democracia federal. Dos grupos perfectamente definidos. En el centro de la ciudad, en mansiones solariegas, viven los rentistas, los comerciantes, los que se enriquecen con las operaciones del Banco de Buenos Aires y el contrabando. Con los letrados y funcionarios forman el grupo más culto del país. Se los conoce con el nombre de "gente decente". El otro grupo lo constituye el resto de la población, desde los artesanos a los esclavos.
Entre ambas clases figuran muchos hacendados que, formando el grupo de la "gente decente" por la índole de sus intereses vinculados a las actividades ganaderas, comprenden al segundo grupo, no lo desprecian, y gozan de prestigio en la vida de la estancia con los peones, el bajo pueblo, la llamada "chusma" por la gente decente.
Ésta se caracteriza por su espíritu burgués, su descreimiento, su egoísmo y convencimiento de su superioridad y poder que les da el dinero. Carentes de toda vocación de sacrificio y de profundo espíritu nacional, mantienen una devoción pueril por todo lo que venga de Europa.
Lavalle, elegido tumultuosamente gobernador en la capilla San Roque junto al templo de San Francisco, el mismo de la revolución, delega el mando en el Almirante Brown, quien el 5 de diciembre le escribe a Rosas, su amigo, que es conveniente que no se mezcle en el asunto: "Por mi amistad hacia su benemérita persona y por el aprecio con que debidamente le miro... he sido testigo de este pronunciamiento de la gente distinguida.". Rosas no responde, por no herir al ilustre marino engañado.
El 7 de diciembre, Juan Cruz Varela recuerda a Lavalle: "La verdadera misión de Ud. es concluir con esa chusma y escarmentarla." Y Julián Agüero insiste: "Y no dudo que Ud. ha de concluir con estos salvajes; pero es necesario que esto se logre cuanto antes."
Dorrego piensa unirse al coronel Ángel Pacheco, a pesar de los consejos de Rosas que le insiste en ir con él a Santa Fe pues puede ser traicionado. En efecto, el comandante Bernardino Escribano y el mayor Mariano Acha, que se pasaron a los revolucionarios, lo intiman a entregarse preso.
Dorrego, prisionero, escribe a Brown y a su ministro José Díaz Vélez para que le permitan expatriarse en los EE.UU. Brown comunica a Lavalle su conformidad. Al respecto, Díaz Vélez, luego de escuchar a los parientes de Dorrego y a los embajadores de EE.UU. (Forbes), Inglaterra (Parish) y Francia (Mandeville), añade en su carta a Lavalle: "Estoy persuadido, mi amigo, que Dorrego no debe morir. La dignidad del país a mi ver así lo exige. Débesele extrañar perpetuamente mas nunca fusilarlo, pues el juicio será muy dudoso si es que han de consultarse los ápices de la justicia."
Salvador María del Carril, y Juan Cruz Varela, su íntimo amigo, le recuerdan a Lavalle lo ya convenido, o sea ordenar la ejecución del infeliz gobernador. "Prescindamos del corazón en este caso. El proceso está formado... Ésta es la opinión de todos sus amigos... Esto es lo que decida de la revolución... Este pueblo espera todo de Ud. y Ud. debe darlo todo... (Los muertos y heridos) deben hacer entender a usted cuál es su deber..." Varela concluye antes de firmar: "Cartas como éstas se rompen."
Del Carril, sin atreverse a firmar, dice en la suya, que luego completa con otra: "En 18 años, el país ha vivido entre revoluciones, sin que una sola vez se haya realizado un escarmiento. No puedo figurármelo a Ud. sin la firmeza necesaria para prescindir de los sentimientos... Hablo de la fusilación de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ello antes de ahora... Ha llegado el momento de ejecutarla. La ley es que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos, cuando se cree necesario disponer de ella. Este principio es de una evidencia práctica. La cuestión me parece de fácil resolución. Si Ud. la aborda así a sangre fría, la decide, si no, habrá Ud. perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra y no cortará las restantes... Todos esperamos de Ud. una obra completa."
El 13 de diciembre llega Dorrego al campamento de Lavalle, y por medio del coronel Juan de Elías se le intima que dentro de una hora será fusilado.
"Amigo mío," - le dice Dorrego - "proporcióneme papel y tintero y hágame llamar al cura Castañer."
Escribe a su esposa, a sus hijas, a su hermano Luis y a sus amigos.
A López le expresa: "En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte, pero de todos modos, perdono a mis perseguidores. Cese Ud. de su parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre."
En su carta a su esposa le dice: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro el por qué, mas la Providencia, en la cual confío, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso en desagravio por lo recibido por mí. Mi vida, educa a esas amables criaturas. Sé feliz ya que no pudiste serlo en compañía del desgraciado Manuel Dorrego."
A las tres de la tarde del 13 de diciembre de 1828, en los campos de Navarro, cae fusilado el coronel Manuel Dorrego.
Lavalle reúne a sus jefes y les dice: "Soy enemigo de comprometer a nadie. Lo he fusilado por mi orden. La posteridad me juzgará." A Díaz Vélez le comunica: "Acaba de ser fusilado por mi orden." A Brown le manifiesta: "En la posición en que me hallo no debo tener corazón... Al sacrificar al coronel Dorrego lo hago con la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo."
Lavalle se equivocaba. Él y los jefes del Partido Unitario cometieron el más grande crimen de nuestra Historia.
El mismo Domingo Faustino Sarmiento más tarde afirmará: "Lavalle respondía a una exigencia de su Partido."
Félix Frías, el confidente de Lavalle y quien lo acompañó todo el resto de su vida hasta enterrarlo en la Catedral de Potosí (Bolivia), escribirá el 11 de junio de 1839 en su diario particular esta confidencia de su general: "¡Quién no cometió errores! Yo, el mayor; uno inmenso que trajo todas estas calamidades de la patria; pero, le protesto a usted que sacrifiqué a Dorrego con la intención más sana... Yo le confieso, yo me arrepiento a la faz de mi patria."
En la historia sangrienta de nuestro país, Lavalle y los unitarios escribieron la primera página.
(Semblanza basada en un monografía realizada para nuestro sitio por nuestro colaborador Ramón Quiroz, basada el un libro del historiador argentino Aníbal Atilio Röttjer)
Dorrego asume el gobierno el 15 de agosto de 1827, a los 40 años de edad. Había sido soldado de la Independencia, herido en la batalla de Suipacha el 7 de noviembre de 1810 - primer triunfo de las armas argentinas.
"Tuvo, en la batalla de Tucumán, el honor de la jornada", el 24 de septiembre de 1812, según afirmación del general Paz, y distinguióse igualmente en la batalla de Salta, el 20 de febrero de 1813.
Desterrado a EE.UU. por el director supremo Pueyrredón, en noviembre de 1816, por dirigir la oposición a su gobierno absolutista, extranjerizante y antipopular, junto con Miguel Estanislao Soler, Domingo French, Antonio Gervasio de Posadas, Pedro Agrelo, Manuel Vicente Pagola, Manuel de Sarratea y otros, regresa en 1820 a la caída del Directorio.
Después de la batalla de Cepeda y del Tratado del Pilar, vence a Carrera y a Alvear en San Nicolás, el 2 de agosto, a López en Pavón el 12, pero es vencido por éste en Gamonal el 2 de septiembre.
El gobernador Rodríguez lo destierra a Mendoza, mas en 1824 es elegido diputado al Congreso Nacional por el Partido Federal, actuando como apasionado paladín del partido popular, jefe del grupo parlamentario y opositor a Rivadavia.
Inteligente, ilustrado, valeroso y apasionado, asume el gobierno de Buenos Aires en momentos difíciles en lo social, en lo financiero y en lo militar. Tuvo como ministros a los generales Tomás Guido, Juan Ramón Balcarce y a Vicente López y Planes.
Transforma la huerta del convento de los franciscanos recoletos, incautada por Rivadavia en 1821, en el actual Cementerio del Norte (o de "La Recoleta"), donde reposan sus restos.
Políticamente celebra tratados con las provincias de Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y Córdoba para organizar la nación mediante un congreso o convención general que se reúne en Santa Fe en 1828 para fundar la República Federal, pero choca con las pretensiones de Bustos, gobernador de Córdoba, que deseaba ser presidente de la república, propiciando para ello el traslado del Congreso a la ciudad mediterránea.
Lavalle, desde Buenos Aires, escribe a su suegro, Don Juan de Dios Correas, el 2 de mayo de 1828, sobre el panorama político de la ciudad: "Se va apurando la paciencia de este pueblo que teme, no sin fundamento, que esta administración se venga abajo a garrotazos. (El Partido Unitario) tiene en su mano ejecutar ese cambio a la hora que quisiera... El último mal que estos hombres (del Partido Federal) van a hacer a este pueblo es obligarlo a ejecutar un cambio por las vías de hecho, que ya están olvidadas. Pero no hay más que dos partidos a elegir: o servirse de las vías de hecho o abandonar a nuestro pobre país al vandalaje."
El jefe unitario de la oposición a la política de Dorrego en Buenos Aires es el doctor Julián Segundo de Agüero. Componen la logia: José Valentín Gómez, Gregorio Gómez, Salvador María del Carril, Juan Cruz Varela, Manuel Gallardo, Ignacio Núñez, Zenón Videla, José María Paz, Carlos María de Alvear, Francisco Fernández de la Cruz, etc. Esta logia unitaria concerta una rebelión, que se apoyaría en las tropas que regresarían de la campaña del Brasil, y comprometen a Juan Lavalle para que asuma la dirección militar. Luego le otorgan también el gobierno de la provincia.
El general Tomás de Iriarte, contemporáneo de Lavalle, dice de él en sus memorias: "Soldado atrevido, engreído y de limitados alcances, capaz de los mayores atentados." Los dirigentes unitarios, que necesitan un jefe de acción, lo engatusan, lo nombran un prohombre, y lo designan como instrumento ciego de la guerra que se preparaban a hacer a su rival (Dorrego).
Más tarde dirá Juan Manuel de Rosas: "El Partido Unitario le hizo creer a Lavalle que las ideas (del Partido) no vencerían si no se acababa con los que lo combatían. Le hizo creer que el mal estaba en los mandatarios. Lavalle lo creyó...", por eso lo vemos aceptar con orgullo el papel de jefe de una conspiración que no fue más que un motín militar.
Rosas, resentido con Dorrego, renuncia a la comandancia de las tropas de la campaña el 1º de abril de 1828, pero su dimisión no es aceptada. En la noche del 30 de noviembre de 1828 se conviene en la logia unitaria realizar la sublevación de las tropas recién desembarcadas, y dar muerte a Dorrego y a Rosas. Esa misma noche, Rosas se retira de San José de Flores y, a pesar de su distanciamiento con Dorrego, le avisa de la conspiración que trama la logia: "El ejército nacional llega desmoralizado por esa logia que desde mucho tiempo (hace) nos tiene vendidos; logia que en distintas épocas ha avasallado a Buenos Aires, que ha tratado de estancar en su pequeño círculo a la opinión de los pueblos; logia ominosa y funesta, contra la cual está alarmada la nación".
Dorrego no da crédito a las advertencias de Rosas que le dice: "Usted no va acertado en su política" y los unitarios "amagan con muy serios peligros al país" y manda que su edecán llame a su despacho a Lavalle. Pero éste, ante la tropa formada en el cuartel de la Recoleta, contesta: "Diga usted a Dorrego que ya voy, pero para arrojarlo a patadas de un puesto que no merece ocupar".
En la revolución y su inminencia todos creían, menos Dorrego. Las tropas salen de sus cuarteles y comienza la revuelta del 1º de diciembre de 1828. Dorrego huye de la ciudad, pero antes envía un chasqui a Rosas: "Ponga en ejercicio todos los recursos que estuvieran a su alcance para citar, reunir y dirigir, donde y como tuviere por conveniente, los regimientos a su mando y con ello obrar enérgicamente en protección de la autoridad y de las leyes".
Hay un verdadero enfrentamiento clasista que requiere una clara definición en obsequio a la tranquilidad social de los argentinos. La revolución es una reacción de los aristócratas unitarios y liberales contra la democracia federal. Dos grupos perfectamente definidos. En el centro de la ciudad, en mansiones solariegas, viven los rentistas, los comerciantes, los que se enriquecen con las operaciones del Banco de Buenos Aires y el contrabando. Con los letrados y funcionarios forman el grupo más culto del país. Se los conoce con el nombre de "gente decente". El otro grupo lo constituye el resto de la población, desde los artesanos a los esclavos.
Entre ambas clases figuran muchos hacendados que, formando el grupo de la "gente decente" por la índole de sus intereses vinculados a las actividades ganaderas, comprenden al segundo grupo, no lo desprecian, y gozan de prestigio en la vida de la estancia con los peones, el bajo pueblo, la llamada "chusma" por la gente decente.
Ésta se caracteriza por su espíritu burgués, su descreimiento, su egoísmo y convencimiento de su superioridad y poder que les da el dinero. Carentes de toda vocación de sacrificio y de profundo espíritu nacional, mantienen una devoción pueril por todo lo que venga de Europa.
Lavalle, elegido tumultuosamente gobernador en la capilla San Roque junto al templo de San Francisco, el mismo de la revolución, delega el mando en el Almirante Brown, quien el 5 de diciembre le escribe a Rosas, su amigo, que es conveniente que no se mezcle en el asunto: "Por mi amistad hacia su benemérita persona y por el aprecio con que debidamente le miro... he sido testigo de este pronunciamiento de la gente distinguida.". Rosas no responde, por no herir al ilustre marino engañado.
El 7 de diciembre, Juan Cruz Varela recuerda a Lavalle: "La verdadera misión de Ud. es concluir con esa chusma y escarmentarla." Y Julián Agüero insiste: "Y no dudo que Ud. ha de concluir con estos salvajes; pero es necesario que esto se logre cuanto antes."
Dorrego piensa unirse al coronel Ángel Pacheco, a pesar de los consejos de Rosas que le insiste en ir con él a Santa Fe pues puede ser traicionado. En efecto, el comandante Bernardino Escribano y el mayor Mariano Acha, que se pasaron a los revolucionarios, lo intiman a entregarse preso.
Dorrego, prisionero, escribe a Brown y a su ministro José Díaz Vélez para que le permitan expatriarse en los EE.UU. Brown comunica a Lavalle su conformidad. Al respecto, Díaz Vélez, luego de escuchar a los parientes de Dorrego y a los embajadores de EE.UU. (Forbes), Inglaterra (Parish) y Francia (Mandeville), añade en su carta a Lavalle: "Estoy persuadido, mi amigo, que Dorrego no debe morir. La dignidad del país a mi ver así lo exige. Débesele extrañar perpetuamente mas nunca fusilarlo, pues el juicio será muy dudoso si es que han de consultarse los ápices de la justicia."
Salvador María del Carril, y Juan Cruz Varela, su íntimo amigo, le recuerdan a Lavalle lo ya convenido, o sea ordenar la ejecución del infeliz gobernador. "Prescindamos del corazón en este caso. El proceso está formado... Ésta es la opinión de todos sus amigos... Esto es lo que decida de la revolución... Este pueblo espera todo de Ud. y Ud. debe darlo todo... (Los muertos y heridos) deben hacer entender a usted cuál es su deber..." Varela concluye antes de firmar: "Cartas como éstas se rompen."
Del Carril, sin atreverse a firmar, dice en la suya, que luego completa con otra: "En 18 años, el país ha vivido entre revoluciones, sin que una sola vez se haya realizado un escarmiento. No puedo figurármelo a Ud. sin la firmeza necesaria para prescindir de los sentimientos... Hablo de la fusilación de Dorrego. Hemos estado de acuerdo en ello antes de ahora... Ha llegado el momento de ejecutarla. La ley es que una revolución es un juego de azar en el que se gana hasta la vida de los vencidos, cuando se cree necesario disponer de ella. Este principio es de una evidencia práctica. La cuestión me parece de fácil resolución. Si Ud. la aborda así a sangre fría, la decide, si no, habrá Ud. perdido la ocasión de cortar la primera cabeza de la hidra y no cortará las restantes... Todos esperamos de Ud. una obra completa."
El 13 de diciembre llega Dorrego al campamento de Lavalle, y por medio del coronel Juan de Elías se le intima que dentro de una hora será fusilado.
"Amigo mío," - le dice Dorrego - "proporcióneme papel y tintero y hágame llamar al cura Castañer."
Escribe a su esposa, a sus hijas, a su hermano Luis y a sus amigos.
A López le expresa: "En este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte, pero de todos modos, perdono a mis perseguidores. Cese Ud. de su parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre."
En su carta a su esposa le dice: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro el por qué, mas la Providencia, en la cual confío, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso en desagravio por lo recibido por mí. Mi vida, educa a esas amables criaturas. Sé feliz ya que no pudiste serlo en compañía del desgraciado Manuel Dorrego."
A las tres de la tarde del 13 de diciembre de 1828, en los campos de Navarro, cae fusilado el coronel Manuel Dorrego.
Lavalle reúne a sus jefes y les dice: "Soy enemigo de comprometer a nadie. Lo he fusilado por mi orden. La posteridad me juzgará." A Díaz Vélez le comunica: "Acaba de ser fusilado por mi orden." A Brown le manifiesta: "En la posición en que me hallo no debo tener corazón... Al sacrificar al coronel Dorrego lo hago con la persuasión de que así lo exigen los intereses de un gran pueblo."
Lavalle se equivocaba. Él y los jefes del Partido Unitario cometieron el más grande crimen de nuestra Historia.
El mismo Domingo Faustino Sarmiento más tarde afirmará: "Lavalle respondía a una exigencia de su Partido."
Félix Frías, el confidente de Lavalle y quien lo acompañó todo el resto de su vida hasta enterrarlo en la Catedral de Potosí (Bolivia), escribirá el 11 de junio de 1839 en su diario particular esta confidencia de su general: "¡Quién no cometió errores! Yo, el mayor; uno inmenso que trajo todas estas calamidades de la patria; pero, le protesto a usted que sacrifiqué a Dorrego con la intención más sana... Yo le confieso, yo me arrepiento a la faz de mi patria."
En la historia sangrienta de nuestro país, Lavalle y los unitarios escribieron la primera página.